Mao Zedong y Fidel Castro fueron los dos grandes revolucionarios del siglo XX. Ambos hicieron su propia revolución y le ganaron la partida a sendos aliados de Estados Unidos: Mao a Chiang Kai-shek y Fidel a Fulgencio Batista. Este último ante las mismísimas barbas del “tío Sam”, a menos de 150 kilómetros de las costas de Florida.
Habiendo encabezado sus propias revoluciones, uno y otro miraban por encima del hombro a los apparatchik de la revolución moscovita, hombres carentes del temple y la audacia de un verdadero revolucionario. Cuando en 1962, después de que el mundo estuviera al borde de la tercera guerra mundial, la Unión Soviética retiró sus misiles de Cuba, contra la voluntad de Castro, en La Habana se cantaba: “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”. En relación con este dicterio, recuerdo (trabajando yo en la entonces delegación comercial en la URSS) que Fidel, en su visita a Moscú en abril de 1977, bajó del avión con un Cohíba encendido en la boca para evitar el saludo con los tres besos, originariamente en loor de la Santísima Trinidad, de rigor en Rusia. Dos es muy fácil, uno en cada mejilla. El tercero fácilmente cae sobre la boca. Fidel sabía que una foto como la que más adelante se haría famosa del beso entre Leónidas Breznev y Erich Honecker, podía hacerle más daño que las conspiraciones de la CIA.
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iempre mantuve excelentes relaciones con los colegas cubanos, todos ellos personalidades de peso en el partido y en la diplomacia de la Isla, tanto en mis tres embajadas en China como cuando representé a España en otros países. De mi primera época en Pekín (1987-91), recuerdo a Rolando López del Amo y a Armando Guerra (un nombre para un revolucionario donde los haya), que llegó a…