La exacerbada batalla política entre demócratas y republicanos parece condenar a Obama a un segundo mandato insustancial, a pesar de la mejora económica y su firmeza en política exterior.
El aburrimiento es lo que predomina estos días en el ambiente político de Estados Unidos. Las noticias diarias no son más que una repetición inacabable del mismo debate por el que hemos pasado durante los últimos cuatro años: los republicanos se oponen a todo cuanto proponen los demócratas, parapetados por su mayoría en la Cámara de Representantes y el filibusterismo de su poderosa minoría en el Senado, e imponiendo el tema del déficit y la deuda como único objetivo de la política nacional; pero, víctimas de su propia ideología, son incapaces de presentar una alternativa positiva.
Durante su primer mandato el presidente Barack Obama hizo lo que pudo por conseguir soluciones bipartidistas a los problemas financieros, económicos y sociales del país. Las concesiones y compromisos que sugirió no consiguieron superar el cerrado obstruccionismo de los republicanos y disgustaron, en cambio, a importantes sectores de su propio partido, que le han estado reprochando su ingenuidad y estimulándole a emplear el “púlpito presidencial” para apelar a la opinión pública nacional y denunciar los objetivos tan contrarios a sus intereses que persiguen los republicanos.
Al iniciar su segundo mandato Obama parece haber despertado y seguido esta actitud…