Con un airoso discurso Hillary Clinton puso término a su candidatura el 7 de junio al conceder a Barack Obama la victoria en las elecciones primarias. Su primera, obcecada, reacción cuatro días antes, había dado la impresión de que iba a llevar la contienda a la misma convención del partido a fines de agosto.
No sólo habría perjudicado severamente las posibilidades electorales del partido sino que habría dañado irremisiblemente su propia personalidad política. En cambio, ahora que ha terminado su campaña, su figura, antes tan deleznada por su ambiciosa combatividad, se erige como un icono del feminismo, iluminado por la fuerza y la habilidad, no exenta de gracia, con la que se ha comportado. Lidera además una buena parte del voto hispano y laboral blanco que Obama antagoniza por su talante intelectual y por su raza, y que podría inclinarse a la postre por el candidato republicano, John McCain.
Los Clinton nunca ceden nada gratuitamente. Han sugerido la vicepresidencia; y la fuerza electoral que un equipo Obama-Clinton daría a la candidatura demócrata hace pensar que sería lo lógico. No es nada probable, sin embargo: aportaría el grueso del voto femenino pero no está claro que el voto obrero blanco continuase apoyándola tanto; y es impredecible la animosidad que despierta el papel que va a jugar su marido, el “presidente” Clinton. Sería dificil para Obama compartir la presidencia con un equipo tan formidable como Hillary y Bill que, además, desluce completamente la imágen de “cambio” que tanto anima su propia candidatura y que tanto parece desear el electorado. Lo que necesita realmente es un vicepresidente de demostrada experiencia, seso y edad que compense el sambenito de su ingenua juventud; tanto mejor si atrae al voto laboral e hispano; y además tenga una reconocida autoridad en asuntos de seguridad y defensa, la…