Un enjambre de dilemas tanto en el interior como en el exterior ensombrece los dos últimos años de la presidencia de Barack Obama. Un hombre que inspiró entusiasmo en 2008, tanto por su raza como por las expectativas que generó su liderazgo, se ve ahora sumido en las dudas e irresolución de los mismos conflictos y problemas que tantos esperaban hubiera podido solucionar. Entusiasmó que la elección de un negro significara el fin del racismo que tanto daño ha hecho, y que su probada capacidad conciliadora pudiera superar la irracional polarización política en el interior, con la consiguiente paralización de todo el sistema constitucional, y la resolución de tantos nudos gordianos en el exterior: los conflictos en Oriente Próximo, la terminación de las intervenciones militares en Irak y Afganistán, la renovación de las relaciones con Rusia y la nueva orientación hacia China y Asia.
El presidente fue elegido en parte por su promesa de retirar todas las tropas americanas de Irak, en 2012, y Afganistán, en 2016, dejando solo un reducido contingente para apoyar a los nuevos gobiernos de ambos países. La negativa del primer ministro de Irak, entonces Nuri al Maliki, apoyado por el Parlamento de ese país, impidió esa solución por no querer acceder al estatuto de fuerzas que todos los Estados conceden a las tropas americanas para ejercer ese papel. La misma negativa expresó el entonces presidente de Afganistán, Hamid Karzai. La consiguiente retirada de todas las tropas americanas de Irak es ahora condenada por la oposición republicana, por muchos demócratas y por antiguos colaboradores del presidente, nada menos que por dos de sus antiguos directores de la CIA y exsecretarios de defensa, Robert Gates y Leon Panetta, ambos con gran consideración en Washington. Acusan al presidente de no haber ejercido las presiones necesarias para imponer el…