En pleno debate por la reforma de la salud pública, Obama y sus colaboradores saben que cuanto más tiempo pase, más aumentará la resistencia contra su plan de seguro médico nacional. En sus primeros meses el presidente se ha esforzado, con notable intensidad, en llevar su agenda política a la práctica. Es consciente de que el primer año define el éxito o el fracaso de toda presidencia; y en su caso más que nunca, teniendo en cuenta la novedad de su personalidad y la revolución que significa el vuelco del electorado en favor de su programa.
Es mucho lo que ha puesto en juego: la extensión y reforma de la salud pública; el colosal estímulo financiero y su futura regulación; el salvamento de la industria del automóvil; la ley energética, sus consecuencias económicas y para el medio ambiente; y en el exterior la movilización del mundo islámico contra el terrorismo, el relanzamiento del proceso de paz en Oriente Próximo, el consecuente enfrentamiento con Israel, el reto nuclear de Irán y Corea del Norte, la resolución de los conflictos internos de Irak, la prosecución de la guerra en Afganistán, la estabilización de Pakistán y la reanudación de relaciones con Rusia, amén de la constante normalización con China, India e Iberoamérica.
En todo este vasto campo el presidente ha puesto en acción su estrategia realista del equilibrio de fuerzas y su táctica de persuasión. En el Congreso ha aceptado cuantos compromisos hayan sido necesarios para la aprobación de leyes que pongan en pie sus programas, dejando para más adelante su necesaria corrección. Con sus discursos y sus visitas al exterior ha corregido de manera fundamental la imagen corrosiva que de Estados Unidos dejó la presidencia anterior y ha sentado las reglas del juego que se propone seguir.
Tanto en el interior como…