i no fueran tan preocupantes, los momentos que la presidencia de Donald Trump nos está regalando serían uno de los periodos más amenos de la historia de Estados Unidos. No pasa día, a veces ni una hora, en que la nación entera no corra por una auténtica montaña rusa de revelaciones, confesiones, acusaciones, desmentidos… todo ello ampliado por sensacionales testimonios ante el Congreso y multiplicado por millones de tuits y menciones en los medios sensacionalistas de la televisión, la radio, la prensa e Internet.
Por un lado, el presidente emite mensajes contradictorios que confunden no solo a la opinión interna y mundial sino a sus mismos colaboradores y congresistas del Partido Republicano. Por otro lado, en el Congreso estos se esfuerzan por lograr la aprobación de una legislación fiscalmente regresiva, abiertamente negativa en lo que concierne al seguro médico nacional y a todas luces contraria a la protección del medio ambiente, en un intento de cumplir sus insensatas promesas electorales para salvaguardar sus escaños, pero sin lograr unir a los moderados, espantados por la reacción de sus partidarios cuando conozcan las consecuencias, y los extremistas, que exigen aún más reducciones fiscales y estatales.
Lo que preocupa de verdad al presidente es la investigación de las controvertidas relaciones que él, su familia y los miembros de su campaña electoral mantuvieron con autoridades rusas y hasta con el mismo presidente Vladimir Putin, sobre todo después de que el FBI y las 17 agencias de información hayan denunciado sin ambages los ataques cibernéticos que los rusos realizaron contra el Partido Demócrata y contra el mismo sistema electoral durante la campaña presidencial de 2016. El fiscal general, el senador Jeff Sessions, tuvo que recusarse de toda investigación relacionada con los rusos, al descubrirse que había encubierto sus encuentros con el embajador ruso, incluso en…