La noticia del año ha sido la sensacional revelación de la identidad del misterioso personaje que dio a los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein las pistas para descubrir la culpabilidad del presidente Richard Nixon en las operaciones clandestinas de violación de las oficinas del Partido Demócrata, primero, y en la manipulación de la CIA y del departamento de Justicia contra las investigaciones del FBI, luego, y en general, de la paranoica persecución del presidente contra sus enemigos reales e imaginarios.
Ni la preocupante situación en Irak y Afganistán, ni la batalla campal en el Congreso sobre el nombramiento de los jueces federales, ni la creciente desazón por el déficit presupuestario y la colosal deuda nacional, han podido rivalizar con el protagonismo de Walter Felt, en su día segundo jefe del FBI, de quien se sospechaba pero no se tenía la certeza de su colaboración con los dos periodistas del Washington Post a los que hizo famosos y millonarios en el caso Watergate.
¿Héroe o traidor? Mientras unos aplauden el patriotismo de “Garganta Profunda”, pseudónimo que le dieron los periodistas por haber denunciado el doloso proceder de la presidencia, sin cuya colaboración habría pasado probablemente sin consecuencias, otros condenan que haya aprovechado su cargo en el FBI, por el que adquiría toda la información confidencial del caso, para revelársela a la prensa, una falta que constituye un crimen, que incluso ahora, a sus 91 años y con una enfermedad terminal, quisieran ver castigado. Muchos preguntan por qué no prefirió destinar sus revelaciones al departamento de Justicia; olvidan que lo intentó con un alto funcionario de ese departamento, quien le contestó: “Lo sabemos, pero no podremos cazarlo y usted tampoco lo logrará”.
Aparte de su resentimiento por no haber sido nombrado director del FBI a la muerte de su patrocinador,…