Podrá sorprender en Europa que el atentado terrorista de San Bernardino, en California, haya trastocado tan profundamente el discurso político en Estados Unidos. Este enorme país, aislado geográficamente por dos océanos y sin ninguna amenaza vecinal, no ha sufrido los embates endémicos del terrorismo que ya son casi habituales en Europa. Los atentados terroristas que se han producido en EEUU han sido asociados más bien con la libertad de portar armas o la demencia de sus perpetradores. Son considerados actos aislados y esporádicos que alimentan solo la campaña sobre la libertad constitucional de llevar armas, la preocupación por las enfermedades mentales y la seguridad de las escuelas.
Los americanos nunca han sentido un temor existencial tan fuerte desde los peores momentos de la guerra fría, cuando se temía un ataque atómico soviético y la nación entera vivió momentos de auténtica angustia, aumentada por la misma amenaza que EEUU blandía contra la Rusia soviética. A pesar de su gravedad y auténtica viabilidad, siempre fue una amenaza abstracta que no llegó, afortunadamente, a materializarse más que en los inmensos refugios que se construyeron, en la funesta investigación anticomunista del senador Joseph McCarthy, entre 1950 y 1954, que el presidente Ike Eisenhower no pudo impedir, acusado de filocomunismo por no querer ceder a los que propugnaban un ataque nuclear a fondo contra la URSS.
La monumental destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, que produjo la muerte de más de 3.000 víctimas fue, por el contrario, un atentado concreto y directo del extremismo islámico de Al Qaeda sobre el territorio americano. El recuerdo de esos dramáticos días, a los que sucedió la intervención militar en Afganistán y la misma guerra en Irak, se ha sumado ahora a la impresión que ha causado la masacre de San…