En los dos últimos años de la presidencia de Barack Obama se van perfilando sus logros y fracasos, sobre los escombros de promesas incumplidas e ilusiones perdidas. Entre los primeros, destaca de manera señera el seguro médico universal, la Ley de Derechos del Paciente y Tratamiento Médico Asequible, que será sin duda el principal legado de su presidencia. Lo habían intentado los presidentes demócratas desde 1947, y completa el sistema iniciado por el presidente Lyndon B. Johnson en 1964 con Medicaid y Medicare, el seguro universal de los pobres y de los mayores de 65 años.
Después de intentar derrotar su funcionamiento durante los últimos siete años, votando 40 veces en la Cámara de Representantes para abolirla y recurriendo infructuosamente su constitucionalidad ante el Tribunal Supremo, los republicanos se encuentran con un sistema que ha empezado a funcionar pese a los increíbles descalabros que sufrió a su comienzo. La presidencia ha conseguido casi la totalidad de participantes necesarios para su efectividad, a medida que la población ha ido comprendiendo sus ventajas en sus consultas con los centros de contratación.
Ahora bien, queda aún mucho trecho para cantar victoria: no está claro si se logrará estabilizar y reducir las primas del seguro, ni si los órganos supervisores establecidos por la ley podrán racionalizar y reducir el elevado coste del tratamiento médico, ni tampoco si se podrá sufragar su presupuesto. El sistema contaba con la ampliación a escala nacional de Medicaid, el seguro médico de los pobres, lo que absorbería una buena parte de los no asegurados; pero al sentenciar el Tribunal Supremo que esta medida no podía imponerse a los Estados, 24 de ellos bajo influencia republicana se han negado a hacerlo, recayendo su carga sobre el presupuesto de la ley.
Aunque los republicanos han perdido la baza electoral…