La captura a principios de enero de un barco cargado de armas iraníes para los palestinos ha radicalizado la postura de Estados Unidos tanto en Oriente Próximo como en la lucha contra el terrorismo. Ese cargamento mortal ha propulsado la retórica antiterrorista hacia sus últimas consecuencias. Se terminaron las condescendencias con un Irán que parecía moderarse y democratizarse, y con un Irak que desafía la autoridad de las Naciones Unidas y se mofa del mundo occidental. Yasir Arafat ha perdido la poca confianza que aún tenían en él, y ahora Israel aprovecha para azuzar el antiterrorismo americano en su beneficio.
El discurso sobre el estado de la nación pronunciado por el presidente George W. Bush en el Congreso el 29 de enero ha sido un mensaje de extraordinaria belicosidad, tanto por su contenido como por el tono y lenguaje corporal utilizado. Ha alertado a la nación sobre el omnipresente peligro de atentados de todo tipo (cibernético, nuclear, químico y biológico) que miles y miles de terroristas entrenados en los campos afganos de Al Qaeda pudieran estar preparando ahora en más de una docena de países. Doblará el presupuesto militar para hacer frente a la amenaza en el exterior, y dotará suficientemente al mando nacional antiterrorista para prevenir y combatir la amenaza en el interior. Ha advertido que atacará decididamente a todo Estado que amenace a su país con armas de destrucción masiva, o que albergue e incite al terrorismo, antes de que pueda convertirse en un peligro real. Ha citado específicamente a Irán, Irak y Corea del Norte, el “eje del mal”, pero también a Hamás y Hezbolá (ya podía haber añadido a ETA también).
¿El peligro descrito por el presidente y su gobierno es real?; ¿no estará conjurando una pesadilla paranoica? La pregunta es irrelevante, pues toda la…