Pese a la gravedad de la situación en Irak, para las tropas, para la estabilidad de la región, para los intereses de todo tipo de la nación, la prensa y la televisión le dedican menos atención, reflejando el cansancio de la opinión pública. La presencia el 8 de abril en los comités del Congreso de los tres senadores candidatos presidenciales ha despertado mayor interés que el testimonio del general David Petraeus y el embajador Ryan Crocker. No ha sorprendido que hayan calificado la situación después del refuerzo de 2007 de “mejorada… pero frágil y reversible”. Tampoco ha sorprendido su evidente desgana ni su recomendación de una prudente retirada de 20.000 soldados, seguida de un periodo de evaluación de 45 días: en la práctica equivale a mantener, en el mejor de los casos, su nivel de 140.000 hasta 2009 y la próxima presidencia.
Al menos han conseguido dar a la opinión pública una impresión de normalidad que George W. Bush intenta explotar con su inexplicable e inefable entusiasmo. Ha cacareado el éxito en Irak en su discurso en el Pentágono el 18 de marzo, mientras el vicepresidente, Dick Cheney, lo ha comparado con el presidente Lincoln, que también supo afrontar una opinión adversa en su victoriosa prosecución de la guerra civil.
De gran ayuda ha sido el intento del primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, de emplear por primera vez a sus flamantes fuerzas de seguridad para aplastar en Basora a la milicia chií, el Ejército del Mahdi del clérigo Moqtada el Sader. Que haya podido realizar un esfuerzo militar tan importante y tan rápido prueba que la situación del gobierno iraquí ha sido “mejorada”; su relativo descalabro, tanto en la misma Basora como en Bagdad y otras ciudades demuestra también que esa situación es “frágil y reversible”. Tanto ilustra este…