El pesimismo vuelve a invadir a la Comisión de Bruselas: este es, para nosotros, el primer asunto de los últimos meses, el más relevante para los intereses españoles. No hay que dejarse abatir por este nuevo frente frío. Europa –los fundamentos que de ella existen ya– se ha construido casi siempre así: frente a enormes dificultades, plantando cara al abatimiento. Pero los hechos están ahí: en Alemania, en Francia, en el Reino Unido e Italia se han sucedido cuatro procesos electorales anómalos, de resultado imprevisto. En las cuatro naciones europeas hay una sensación de creciente dificultad ante la ratificación, por otra parte ineludible, del tratado de Maastricht, Tres autores estudian en este número la situación: Carlos Westendorp, secretario de Estado, expone los criterios del Gobierno español; el norteamericano Gregory F. Treverton hace un análisis distante y crítico, pero rico en conclusiones; el demógrafo Jean-Claude Chesnais explica la repercusión para la CE de los movimientos migratorios procedentes del Este.

En algunos departamentos de la Comisión bruselense prevalece una cierta tendencia a la rutina. Algunos funcionarios, bajos y altos, no parecen haberse percatado de lo que a su lado mismo ha ocurrido: una revolución. Un colosal cambio revolucionario, relativamente pacífico, pero de una intensidad sísmica capaz de romper la escala de Richter. Una revolución en el más puro sentido semántico: rápida y radical transformación de una sociedad, fin de una era. Pensar que la Europa de Maastricht, diseñada durante los últimos cinco años, puede nacer como si ignorara lo sucedido en la antigua URSS es optar por la ensoñación. A los estudios europeos que publicamos hemos querido enfrentar cuatro mas sobre Rusia y las catorce repúblicas de la fenecida Unión: hemos pedido un artículo al alcalde de Moscú, Gavriil Popov, sobre el papel de Rusia y su esperanza hegemónica; publicamos un texto…