De nuevo la magnitud de los hechos obliga a la Redacción de la revista a desmontar las páginas dispuestas para el número de otoño y rehacerlo por completo. Desde el 19 de agosto, día del golpe de Estado en Moscú, hasta el 27 de septiembre, fecha del desarme nuclear unilateral norteamericano, hay una sucesión de acontecimientos mayores. La fuerza de la realidad, como la lava volcánica, entierra las trivialidades inventadas por los profesionales de la imagen. De pronto vuelve a la escena europea la rotundidad de los hechos, como un gran golpe de viento que echara por tierra todos los decorados. Por eso es de justicia recordar ahora a los contadísimos historiadores que advirtieron lo que podría venir. Pensamos en George Kennan y en Raymond Aron. Rindamos hoy homenaje a su trabajo profético. Su obra se levanta ahora sobre la superficialidad de innumerables especulaciones. El profesor de Princeton y el sabio francés acostumbraban a trabajar sobre los hechos.

La reacción occidental ante la irreversible crisis soviética es el asunto abordado por Zbigniew Brzezinski en el artículo que publicamos hoy (que el Council on Foreign Relations de Nueva York nos ha autorizado amablemente a traducir); norteamericanos, europeos y japoneses miden el riesgo de inestabilidad general que acarrearía una situación anárquica en lo que fue la segunda potencia del mundo. No hay cordones sanitarios ni sistemas de aislamiento aplicables a una conmoción de tal envergadura. La determinación de cooperar, por parte occidental, es unánime: pero se imponen algunas evidencias. No puede facilitarse ahora una ayuda en créditos a un Estado que carece de precios, de moneda y de contabilidad.

Dos protagonistas de la perestroika, Alexandr Yakovlev y Eduard Shevardnadze estudian la descomposición del sistema junto al disidente Zinoviev. El primero fue consejero de Gorbachov, alejado de su círculo ante el curso errático…