La primavera de 1997 ha traído consigo la vuelta de la política. El reciente Consejo Europeo de Amsterdam, en el que el debate sobre la moneda única y el pacto de estabilidad han centrado la atención de los Quince, en perjuicio de la conferencia intergubernamental; y, de otra parte, los procesos electorales en el Reino Unido y Francia, en los que unas nuevas mayorías han mostrado el desacuerdo de los ciudadanos con la disciplina económica aplicada por dos gobiernos conservadores, han revelado una discusión inevitable: la globalización de la economía no beneficia por igual a todos y origina la oposición de los perjudicados.
La política europea, y más concretamente la unión monetaria, es hoy el eje de la acción gubernamental en todos los Estados de la UE. Pero sería erróneo establecer un paralelismo entre la nueva situación política, británica y francesa. En el Reino Unido, la profunda división interna del Partido Conservador de John Major ha dado la victoria a Tony Blair. La autodestrucción de los tories, fundamentalmente por sus enfrentamientos en política europea, y el carácter moderado del nuevo laborismo son las claves de la victoria de Blair, como explica Nicholas Bray en su artículo.
En Francia, el voto por los socialistas es, en importante medida, un voto conservador, porque muestra la oposición a toda reforma y busca el mantenimiento de una situación difícilmente sostenible si Francia quiere seguir siendo una gran potencia. El destino de Francia está atado al de Alemania, por poco que guste a muchos electores franceses. De la relación entre ambos depende además el conjunto de la estabilidad europea, de ahí la importancia de estas elecciones examinadas por Daniel Amson y Darío Valcárcel.
Desde que se abriera la crisis de los Grandes Lagos en 1994, POLÍTICA EXTERIOR ha seguido de cerca la evolución africana. Creemos…