Cuando se cierra este número de invierno tardío, avanza el proceso de paz en Oriente Próximo. La derrota militar y política de Sadam Husein parece irreversible. Las fuerzas iraquíes empiezan a retirarse de Kuwait. Los aliados occidentales y árabes, Estados Unidos en primer término, advierten que la mera retirada militar –con todo el material utilizado en la ocupación del emirato– no será suficiente. Algunas incógnitas permanecen: la utilización de armas químicas por el ejército de Sadam; la eventual entrada en guerra de Israel en este caso; la capacidad de resistencia de las fuerzas de élite del régimen iraquí, que todavía no han entrado en combate. Sobre esto último, los mejores especialistas apuntan sus dudas: la famosa Guardia Republicana parece más una creación de la propaganda de Bagdad que una fuerza verdaderamente aguerrida, capaz de enfrentarse a la coalición. Sea como fuere, el desenlace de la invasión del 2 de agosto es ya incuestionable: se cierra con todos los pronunciamientos desfavorables para el invasor, sin una sola baza política, militar o diplomática a su favor. Ésta es la realidad inmediata. Pero hay detrás otras realidades, más lejanas en el espacio, también en el tiempo. La crisis de Irak ha actuado como una pantalla durante siete meses, distrayendo la atención sobre problemas de gran calado, algunos inaplazables: la situación soviética en primer lugar.

Sobre este asunto publicamos cuatro trabajos: nuestro colaborador Michel Tatu nos envía desde Moscú su primer balance sobre el estancamiento de la perestroika. El trabajo del sovietólogo francés contiene informaciones inéditas sobre la crisis soviética y algunas interrogaciones sobre las fuerzas que apoyan a Gorbachov –aparato del Estado y del Partido, servicios de inteligencia– en la etapa de liquidación del reformismo que el presidente de la URSS acaba de emprender.

Desde su altura histórica, George F. Kennan, embajador en…