Hace cinco años España exportaba más a Andorra que a Rusia. Tal despropósito -que recuerda en su artículo Eugenio Bregolat, antiguo embajador de España en Moscú- indica el camino por recorrer a muchos empresarios españoles. Después de disolverse la URSS, la gran Rusia mantiene un territorio 35 veces mayor que el de España, cuatro veces su población, inmensas reservas de primeras materias y un alto -y algo anticuado- grado de formación en gran número de sus habitantes. El mismo autor nos da un mensaje en su artículo: cuando todo esté claro en Rusia, puede ser tarde para los empresarios españoles. “La economía rusa empezará a funcionar bien antes o después, y entonces todos se volcarán. Los que hayan tomado posiciones con anterioridad serán los beneficiarios”.
Es posible que la Federación Rusa permanezca sometida, todavía durante años, a problemas de estabilidad. Pero la tendencia no es a peor, y muchos síntomas permiten esperar un lento y razonable avance del universo ruso hacia la relación pacífica con las economías occidentales. Decir que Rusia es grande es decir una vaciedad: Rusia no acaba nunca. Con otros países de la órbita de la CEI, la Federación Rusa ha de acabar, necesariamente, por hallar un cierto orden y una cierto grado de libertad. La inflación rusa sobrepasaba el 2000 por cien en 1992 y era del 17 (xx) por cien en 1997.
Cuando un mundo se hunde, como ha ocurrido con la burocracia comunista, es ilusorio esperar que el nuevo orden se forme con rapidez y claridad. ¡Claro que en Rusia hay mafias poderosas! ¡Claro que hay millares de transacciones exteriores amenazadas por la inseguridad jurídica! Pero lentamente, en medio de las dificultades, se abre paso un cierto respeto a los principios, una cierta racionalidad. ¿Acabará por imponerse el sentido común en Rusia? Eso estudian…