Entre España y Cuba hay una relación especial, una fascinación mutua que está por encima de las diferencias profundas que puedan existir entre los regímenes políticos de los dos países. Esa relación especial ha permitido superar en los últimos 20 años crisis delicadas, como la producida cuando varios grupos de cubanos se refugiaron en busca de asilo en la embajada de España en La Habana.
Esta proximidad de sentimientos se ha puesto nuevamente a prueba en el pasado reciente. Con la llegada al gobierno del Partido Popular en 1996 se anunció un endurecimiento de la política española a Cuba. Había motivos para temer que la presencia comercial y económica de España se resintiera. Sin embargo, poco a poco las aguas volvieron a su cauce. La “relación especial” impuso su lógica. Hoy, primavera de 1999, las relaciones hispano-cubanas vuelven a la normalidad. Normalidad más allá de la política: es al fin y al cabo una clase de normalidad.
Las relaciones comerciales con Cuba se han desarrollado con un apreciable dinamismo. Las exportaciones españolas han crecido con fuerza en los últimos años. España ha alcanzado el gran mérito, en varias ocasiones, de haber sido el primer suministrador extranjero de Cuba. Al margen de las relaciones España-Portugal, nuestro país no suele encabezar las importaciones de terceros países. Aunque las cifras absolutas no sean muy elevadas, en términos relativos Cuba es un socio comercial privilegiado para España.
La progresión española en el mercado cubano se ha basado en dos factores: la distorsión de las ventajas comparativas que se derivan del embargo norteamericano –sin el cual Estados Unidos sería con toda probabilidad el primer proveedor de Cuba– y el vacío registrado tras la desaparición del bloque soviético, que ha sido ocupado, en gran medida, por empresas españolas.
España es, hasta ahora, junto a México y…