Con este número dedicado a Portugal, Economía Exterior cumple una deuda con la nación vecina, con la que mantenemos relaciones económicas de gran intensidad, pero que no se corresponden en otras áreas del conocimiento mutuo.
En la era de Internet, conviene recordar las líneas comunes que Portugal y España comparten desde el siglo XV. No sólo en el espacio físico dentro de la península del suroeste del viejo continente, sino en el propósito de organizarse como países modernos a la salida del feudalismo, hace más de quinientos años. Dos Estados que fueron entonces, con Francia e Inglaterra, Suecia y Polonia, adelantados en la Europa de su tiempo. Portugal y España comparten también el afán descubridor –civilizador– de sus dos pueblos; y padecieron largos años, siglos, de lento apagamiento. Tienen una cultura y una lengua casi comunes. Y al acabar el siglo XX, han vivido una etapa ya larga de regeneración democrática y de recuperación económica, con una estabilidad y un crecimiento superior al 3,5% en los tres últimos años.
Sin embargo, a pesar de su proximidad, de sus intereses comunes, existe un gran desconocimiento mutuo entre los dos países, que resulta inexplicable si tenemos en cuenta la intensidad de los lazos económicos que los unen y de los objetivos compartidos que deben defender conjuntamente en la Unión Europea (UE).
Ambos países están hoy donde están gracias, en parte, a su integración en la Comunidad Europea hace 13 años. Es lo que los ha dado, en buena medida, la fuerza y las condiciones para recuperarse. Y es, también, lo que ha actuado como garantía creíble de su opción por las libertades democráticas.
El objetivo del presente número de Economía Exterior es analizar las relaciones económicas y comerciales entre Portugal y España. Para ello, contamos con las contribuciones de destacados especialistas del…