Una de las características esenciales de todas las propuestas de defensa no-ofensiva y no-provocativa que han surgido en Europa durante los últimos años, es que la doctrina militar ha de ser defensiva y que, en consecuencia, haya un predominio de las armas defensivas sobre las ofensivas.
Desde una concepción política, la defensiva se entiende cuando el uso de la fuerza sólo es posible como respuesta a un ataque iniciado por el adversario, y se limita a defender el propio territorio mientras el adversario persista en su actitud ofensiva. Este principio, de nivel político, no niega la posibilidad de realizar un contraataque a nivel táctico en el interior del país. La política “defensiva”, en este caso, se refiere a que el alcance de las acciones queda circunscrito en el propio país. No se refiere, por tanto, a un comportamiento defensivo temporal para “ganar tiempo”, “desgastar al adversario”, etc., y realizar posteriores acciones ofensivas en él teatro de operaciones de otro país.
Análogamente, en términos políticos nos referimos a la ofensiva cuando se admite la necesidad de preparar y llevar a cabo ataques (preventivos o no) en el exterior del país, realizar ataques por sorpresa y operaciones ofensivas en el territorio del adversario, con objeto de forzarlo a rendirse o a hacer concesiones. En cualquier caso, no se acepta que acciones ofensivas de carácter preventivo sean entendidas como acciones “defensivas”. La renuncia a realizar un “primer golpe” (en este caso nonuclear) y a invadir territorios exteriores es una condición necesaria para situarse en un planteamiento no-ofensivo.
La insistencia en estos planteamientos no es casual. Uno de los motivos del florecimiento de las propuestas de defensa no-ofensiva ha sido, justamente, la aparición de nuevas estrategias ofensivas en el seno de la OTAN o de Estados Unidos a lo largo de la última década….