Cambio, inestabilidad y desorden
Poder y legitimidad son los conceptos que articulan el más reciente libro de Henry Kissinger, Orden mundial. Al igual que en sus trabajos anteriores, el secretario de Estado de Richard Nixon y Gerald Ford se propone de nuevo una tarea intelectual más que ambiciosa: estudiar la distribución del poder en el mundo a lo largo de la historia para encontrar las bases del orden internacional del siglo XXI y evitar la descomposición que augura.
La edición española llega respaldada por el éxito de la publicación de World Order en 2014, cuando fue para los expertos y muchos líderes políticos el mejor libro del año en relaciones internacionales. Incluso Mark Zuckerberg lo incluyó en su lista de libros de 2015, A Year of Books, pese a los riesgos señalados por Kissinger de las redes sociales para el diseño de una política exterior estratégica. Al igual que sus obras anteriores, Orden mundial es una mezcla de historia geografía y altas dosis de pasión. El exdirector de The Economist, John Micklethwait, asegura que todos los políticos deberían encerrarse en una habitación a leerlo.
Cuenta Kissinger que la idea del libro surgió de la conversación durante una cena con un amigo y antiguo colaborador. Ambos concluyeron que vivimos en un mundo en desorden, que supone el problemas actual más grave. Pero, ¿qué es el “orden internacional”? ¿Cuáles son los objetivos que persigue, las reglas que lo constituyen? ¿Qué papel ocupa cada actor des sistema? Cada vez son más quienes cuestionan y desafían ese sistema basado en reglas que durante un tiempo definió el mundo occidental.
Orden mundial se estructura como un repaso de más de 2000 años de historia. Comienza con el orden westfaliano surgido en Europa en el siglo XVII, el orden islámico basado en la comunidad, las visiones alternativas del orden que tienen EEUU e Irán, el orden asiático y el papel de China… Kissinger clasifica de esta manera “las regiones cuyas concepciones del orden han modelado la evolución de la era moderna”. Su conclusión: “Jamás ha existido un verdadero orden mundial”. Su predicción, la ausencia de este orden –la incapacidad para reconstruir el sistema internacional– podría llevar a una lucha entre regiones, que sería más peligrosa y “extenuante de lo que ha sido la lucha entre naciones”.
Kissinger no deja atrás ninguno de los grandes cambios globales. El exsecretario de Estado y polémico premio Nobel de la Paz asegura reflexionar mucho sobre el impacto de la nueva tecnología en la política. “La ciencia y la tecnología son los conceptos que guían nuestra época”, afirma, al igual que la religión lo fue en el periodo medieval, la razón en la Ilustración y el nacionalismo en los siglos XIX y XX. La novedad está en que la evolución científica y tecnológica traspasa las fronteras culturales, de ahí derivan su potencia y sus riesgos. Lo que preocupa al autor son los propósitos que dirigen la tecnología y sus consecuencias, sobre todo ante el rápido avance de los desarrollos científicos y tecnológicos.
En sus reflexiones sobre la política internacional en la era digital se confirma la pertenencia de Kissinger a otra generación. En este contexto hay que entender sus temores hacia una diplomacia fundamentada en la opinión ciudadana percibida en Internet a través de las redes sociales y desconectada de la estrategia. Conviene detenerse en sus reflexiones sobre los peligros que representan las sociedades guiadas por consensos masivos con líderes que buscan la aprobación a corto plazo. “La política exterior corre peligro de convertirse en una subdivisión de políticas internas, en vez de una práctica de modelar el futuro. Si los grandes países dirigen sus políticas internas de esta manera, sus relaciones en el escenario internacional sufrirán distorsiones”, advierte.
A su pregunta final, “¿Adónde vamos desde aquí?”, el autor responde: la esperanza es avanzar hacia la construcción de “un orden mundial de Estados que afirman la dignidad individual y el gobierno participativo, y cooperan internacionalmente de acuerdo con reglas consensuadas”. Como ha señalado Jessica T. Mathews en New York Review of Books, el libro es más agudo en su repaso del pasado que en su alumbramiento del futuro. Sí, el nuevo orden que traza Kissinger es casi idéntico al que EEUU aspiraba en el siglo XX. Para el profesor Kissinger, este país tiene además un “imperativo filosófico y geopolítico” en la evolución del orden mundial del siglo XXI. Su participación debe comenzar por responder a varias preguntas: ¿Qué quiere prevenir? ¿Qué quiere lograr y con quién puede contar para ello? ¿En qué no debería involucrarse? Y, por último, ¿cuál es la naturaleza de los valores que quiere difundir? En definitiva, la construcción del orden internacional pasa porque los actores del sistema tengan claros los objetivos y los límites.
Ningún país podrá lograrlo solo, concluye Kissinger, lo que exigirá a todos adquirir una segunda cultura que sea global: “un concepto de orden que trascienda la perspectiva y los ideales de cualquier región o nación”. Ahí está el desafío para cualquier estadista.