Los historiadores de la próxima generación se enfrentarán sin duda a un desafío intelectual de calado: explicar cómo Europa ha dejado que se desarrolle a sus puertas un poder yihadista y se consolide territorialmente en el norte de Siria e Irak, para luego sembrar el terror en nuestro continente. ¿Cómo han podido los líderes europeos engañarse a sí mismos creyendo que la espantosa violencia de la crisis siria quedaría indefinidamente relegada a Oriente Próximo?
No es hora de que los historiadores debatan, sino de que la ciudadanía se movilice más que nunca frente a una amenaza de alcance inaudito. Los millones de franceses y francesas que se manifestaron el 11 de enero de 2015 han infligido una dura derrota a los terroristas responsables de los ataques del 7, 8 y 9 de enero en París, que causaron 20 muertos, incluidos los propios miembros del comando: Amedy Coulibaly y los hermanos Chérif y Said Kouachi. Cuatro días después de la marea humana que inundó las calles de Francia la policía belga desarticulaba otra importante operación yihadista en la localidad de Verviers. En la redada murieron dos terroristas armados.
Hemos presenciado, así pues, el primer compás de una campaña terrorista que nace en el continente europeo con voluntad de permanencia y que, cuando menos, se inspira en el mal llamado Estado Islámico (EI, también conocido con el acrónimo árabe Daesh). Este, en efecto, no es un Estado sino una máquina de terror, de un terror cuyas víctimas son en su mayoría los musulmanes que conviven con la monstruosidad yihadista. A fin de no repetir los mismos errores del pasado reciente, es necesario reconsiderar los motivos que explican la ceguera europea frente a la emergencia de una amenaza de gravedad inédita.
Para empezar, hemos de considerar los trágicos errores de la guerra global…