Han pasado casi dos años desde que Alemania presentó a los socios europeos una propuesta de reflexión estratégica sobre la coherencia de las iniciativas de la Unión Europea en el ámbito de la defensa, con el objetivo de estructurar, complementar y crear sinergias entre estas, coadyuvando al cumplimiento del nivel de ambición de la UE en la implementación de la Estrategia Global de Seguridad de 2016. La propuesta, bautizada como Strategic Compass (orientación o brújula estratégica), fue recibida entonces con una mezcla de expectación y cautela. La expectación acompaña siempre a cualquier posible avance en la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) de la UE, sobre todo en el marco del actual debate sobre la denominada “autonomía estratégica europea”. La cautela es común ante un ámbito de especial sensibilidad para muchos Estados miembros. Cualquier novedad es recibida siempre con suspicacia, cuando no con abierto recelo, por aquellos que no han participado en su gestación.
El impulso de la presidencia alemana del segundo semestre de 2020 y el apoyo recibido por algunos Estados miembros convirtieron en pocos meses la propuesta en iniciativa. Su idea-fuerza, “operacionalizar” la Estrategia Global de 2016 –obra de la entonces alta representante Federica Mogherini y del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), a partir de prioridades establecidas esta vez por los Estados miembros–, fue definitiva para que países como Francia, España e Italia se decidieran a apoyar la propuesta, trabajando de manera activa en su materialización.
El traslado al marco de trabajo oficial de la UE se produjo a través de las Conclusiones del Consejo sobre Seguridad y Defensa de 17 de junio de 2020, en las que se invitaba al alto representante a elaborar un análisis de las amenazas y desafíos para la seguridad y defensa de la UE, a partir de contribuciones de los…