Durante las dos últimas décadas, el progreso tecnológico y la disminución de las barreras comerciales han cambiado la forma de producción de bienes y servicios. El incremento del comercio de bienes intermedios, en contraposición a los bienes finales, tiene su origen en la “dispersión” por varios países de los diferentes estadios de la producción, que antes se llevaban a cabo muy cerca unos de otros. Hoy, el análisis del comercio internacional suele tener lugar en el contexto de las cadenas de valor mundiales (CVM), un concepto que abarca todo el abanico de actividades requeridas para llevar un bien o un servicio al consumidor final, desde el diseño del producto hasta la distribución.
Las CVM suponen una fragmentación vertical del proceso de producción: las partes y componentes se producen en diferentes países y, a continuación, se montan bien en una secuencia a lo largo de la cadena, bien en una ubicación final. Las redes de empresas involucradas son muy complejas y comprenden desde las actividades de manufacturación hasta la logística y el transporte, así como los agentes de aduanas y otros servicios.
En este contexto, los países ya no son el marco de análisis relevante. Para evaluar el nivel de competitividad de un país y el impacto de las políticas económicas es crucial tener en cuenta también la dimensión transfronteriza del proceso de producción a nivel de empresa. Las compañías ya no necesitan tener capacidad dentro del país para ejecutar los pasos más importantes ni la experiencia para exportar. Sencillamente pueden contribuir a la cadena de producción como proveedores de insumos intermedios y actuar como subcontratistas, incluso varios niveles por debajo del comprador final.
La participación en una cadena de suministro y la cooperación en una red de socios hacia ambos extremos de la cadena puede mejorar los flujos de información…