El cóctel explosivo que generaría un voto favorable a la salida de Reino Unido, junto con el recrudecimiento de la crisis de los refugiados y la debilidad de las reformas de la eurozona, podría marcar el inicio de un inevitable declive de la Unión como experimento político supranacional.
Si tantos privilegios quieren, mejor que se los busquen solos”. “Si desean una relación tan especial, que no cuenten con el beneplácito del resto”. O “si pretenden diluir a la Unión, quizá convenga más el Brexit que el Bremain”. Estas afirmaciones van ganando peso en el imaginario colectivo europeo. Desde que el primer ministro David Cameron enumeró sus condiciones para renegociar el estatus de Reino Unido en la Unión Europea, muchos parecen haber llegado a la conclusión de que su salida podría transformarse incluso en una oportunidad para el resto de la UE.
A ello se anteponen tres razones. Por un lado, el Brexit enemistaría a la City londinense, el mayor centro financiero del continente, lo que provocaría que buena parte de los bancos y fondos de inversión migraran sus cuentas a otras capitales europeas como Fráncfort o París. Por el otro, el talento que año tras año atrae Reino Unido en forma de capital humano encontraría rápidamente acomodo en otras capitales continentales, redirigiendo el crecimiento europeo de poscrisis hacia un modelo dinámico, innovador y creativo.
A estos argumentos se suma un tercero, más de cocina interna para la Unión. Reino Unido siempre ha sido un socio con tendencia a poner palos en las ruedas de la construcción europea, por lo que su salida permitiría, de una vez por todas, integrar el núcleo duro de la UE y dar el paso definitivo hacia la integración económica y política. Al fin y al cabo, es un país que ya se encuentra fuera…