Brasileños y estadounidenses parecen cómodos con una relación basada en el desacuerdo. A la desconfianza se une la incapacidad de encontrar intereses y propósitos comunes, pese a que asuntos globales como el comercio y el medio ambiente dependen de su cooperación.
En la IV Cumbre de las Américas, celebrada en 2005 en Mar del Plata (Argentina), por suerte se puso fin a las vacilantes negociaciones sobre una zona de libre comercio en todo el hemisferio americano. En 2009, fueron en gran medida las diferencias entre Estados Unidos y Brasil las que retrasaron durante casi un año la resolución del punto muerto político que significó el golpe de Estado en Honduras. Meses después, ese mismo año, Brasil estimuló la oposición en toda Suramérica para bloquear un acuerdo militar entre EE UU y Colombia. Hoy, los dos países siguen a la gresca por la participación de Cuba en los asuntos del hemisferio, han discrepado sobre la manera de abordar las relaciones con Paraguay tras el juicio político contra el presidente Fernando Lugo y su destitución, y siguen teniendo puntos de vista muy divergentes sobre la función apropiada de la Organización de Estados Americanos y su Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Pero todavía más perturbadores para las relaciones bilaterales entre Brasilia y Washington han sido los enfrentamientos en cuestiones mundiales. A la administración estadounidense le ofendió especialmente la defensa brasileña del programa nuclear iraní y su oposición a las sanciones de las Naciones Unidas contra Teherán, lo cual ha castigado sobremanera la relación bilateral. Los dos países también han adoptado posiciones opuestas en cuestiones como la no proliferación, el conflicto entre israelíes y palestinos, y la respuesta internacional a los enfrentamientos civiles derivados de la “primavera árabe” en Siria y Libia. Las negociaciones sobre el comercio mundial son desde hace tiempo un punto…