Un hombre con barba blanca y gafas caminaba rápido saltando sobre charcos inmundos en medio de la penumbra en el Barrio Herrera, uno de los más miserables y peligrosos de Asunción en Paraguay, rodeado de decenas de seguidores tocando tambores, agitando banderas, algunas de ellas con la estrella roja, y gritando “El pueblo unido jamás será vencido”.
Es difícil imaginar que este hombre, el ex obispo católico Fernando Lugo, de 56 años, ganador de las elecciones paraguayas del pasado abril, haya reabierto, antes incluso de llegar a la presidencia, el debate energético con su gran vecino, Brasil.
Lugo se ha comprometido a que el próximo 15 de agosto, cuando asuma la presidencia de Paraguay –uno de los países más corruptos del mundo, donde un tercio de sus 6,5 millones de habitantes vive con menos de dos dólares al día y con dos millones de ciudadanos en exilio económico– planteará a Brasilia la renegociación del contrato o el incremento del precio de la energía que vende a Brasil la central hidroeléctrica de Itaipú, situada en territorio paraguayo. La de Itaipú suministra alrededor del 20 por cien de las necesidades de energía eléctrica brasileñas.
El acuerdo firmado entre Paraguay y Brasil en 1973, en tiempos de la dictadura militar y vigente por medio siglo, divide en partes iguales entre los dos países las 20 turbinas generadoras de energía de la central. Paraguay sólo consume energía de una de ellas, con lo que cubre el 95 por cien de sus necesidades energéticas, y vende el resto a su vecino, a precios considerados por la mayoría de los expertos por debajo del mercado. Brasil, por su parte, recuerda que fueron ellos quienes cubrieron el coste de construcción de la central.
“El tema es el precio de la energía que se dona, se regala…