Con la toma de posesión de Luiz Inácio Lula da Silva en enero de 2003, el Brasil que históricamente buscó construir su autonomía en política exterior de diversas formas inauguraba una nueva etapa histórica, modificando la fórmula anterior “autonomía por la participación” por “autonomía por la diversificación”, como bien describieron los profesores Tullo Vigevani y Gabriel Cepaluni. Sin despreciar la aproximación con los países del Norte global, pero más centrada en el Sur global, la elección de priorizar las relaciones con otros países emergentes rindió dividendos importantes a Brasil. Manejada con maestría por el experimentado ministro de Relaciones Exteriores Celso Amorim –designado en 2009 por la revista estadounidense Foreign Policy “el mejor ministro de Relaciones Exteriores del mundo”–, secundada por el también icónico asesor internacional de la presidencia, Marco Aurélio Garcia –académico y antiguo ideólogo de las relaciones internacionales del Partido de los Trabajadores (PT)–, la política exterior de los mandatos de Lula (2003-10) apostó por la multipolaridad, diversificó socios, actuó como mediador, aumentó la proyección internacional del país y, como consecuencia, coleccionó éxitos. La iniciativa IBSA (India, Brasil, Suráfrica), así como diversos foros con países africanos y árabes, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) o el G20, entre otras creaciones, fueron iniciativas exitosas de la política exterior del periodo del PT en el poder.
Desde Latinoamérica al resto del mundo
Respecto a América Latina, el énfasis se puso en profundizar los vínculos económicos y lazos sociopolíticos con los países de la región. Se dio una inédita prioridad a América Central y el Caribe, conjugada con el “redescubrimiento” de México y la creación de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), precedida de la inauguración de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas). Ambas demuestran la importancia de la región como plataforma de proyección de Brasil. Esta última…