En diciembre de 2005, Bolivia transitaba hacia una nueva etapa en su vida democrática. Después de la ruptura del sistema político y social iniciada en 2003, y la pérdida de confianza en los partidos tradicionales, la victoria electoral del Movimiento Al Socialismo (MAS) liderado por Evo Morales trajo consigo la promesa del cambio, la inclusión étnica en la estructura del Estado y con ello la renovación política. Apoyado en los movimientos sociales, el MAS de Morales gobernó casi 14 años, hasta el 10 de noviembre de 2019.
La interrupción presidencial se dio tras 21 días de una movilización ciudadana –la autodenominada “Revolución de las Pititas”– que demandaba el respeto del voto de las generales del 20 de octubre, acompañada de una serie de eventos que precipitaron la caída de Morales: el motín de la policía, el informe preliminar de la Organización de Estados Americanos (OEA) donde se anunciaban irregularidades en el proceso electoral, y la sugerencia al primer mandatario por parte de organizaciones obreras y sindicales y, finalmente, del ejército, de que renunciase al cargo debido al incremento de los conflictos sociales.
A la interrupción presidencial siguieron las renuncias de varias autoridades nacionales, departamentales y locales, lo que devino en un vacío de poder y el caos social. Durante la primera semana del gobierno de transición, las calles de El Alto y Cochabamba fueron escenarios de dos masacres –así calificadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)– donde se registraron 33 muertos, que se sumaron a los tres de octubre, contando además un total de 804 heridos.
Para analizar la situación en Bolivia, es importante conocer la complejidad del escenario político electoral que antecede a la salida de Morales, donde desempeña un papel central el MAS y el desgaste generado por su intención de lograr una hegemonía nacional. Hay…