Morales, Correa y Chávez llegaron al poder con la promesa de una transformación política radical. El punto de partida ha sido poner en marcha nuevas constituciones en Bolivia, Ecuador y Venezuela, una estrategia con resultados inesperados e inciertos para los presidentes.
A primera hora de la mañana del 3 de diciembre de 2007, bastante tiempo después del momento previsto para anunciar los resultados, el presidente venezolano, Hugo Chávez, admitió que había perdido el referéndum para llevar a cabo un conjunto de reformas constitucionales. Lo hizo con determinación y juró seguir luchando: “No pudimos… por ahora”. El primer rechazo electoral a lo largo de casi una década en el poder ha hecho escarmentar a Chávez, algo inusual en este líder descarado.
Comparemos esta escena con la del presidente de Ecuador, Rafael Correa, sonriendo triunfante, ocho meses antes, al anunciar su abrumadora victoria en el referéndum que lo autorizaba a convocar una asamblea constituyente para transformar el fallido y desacreditado sistema político ecuatoriano. Las asambleas constituyentes son una solución cada vez más popular frente a la insatisfacción política de la región andina. Pero las diferencias entre estas dos imágenes, de líderes en extremos diferentes del ciclo constitucional, ilustran que las atrevidas promesas de fraguar un cambio profundo y radical implican limitaciones y se arriesgan a considerables reveses.
Por cierto, las reformas constitucionales no son un mecanismo desconocido en Latinoamérica. Chile, Brasil y Colombia, por ejemplo, adoptaron nuevos documentos fundacionales por una serie de razones: determinar las condiciones de la dictadura en Chile en 1980; establecer derechos tras el fin del régimen militar en Brasil en 1988; y ampliar la democracia en Colombia en 1991. Pero la reciente ola de asambleas constituyentes en los países andinos es producto de un nuevo momento político.
¿Una bala de plata?
La geografía política de América…