Black Lives Matter y la izquierda estadounidense
Tras la elección de Barack Obama, la revista Forbes publicó un artículo anunciando el fin del racismo en Estados Unidos. Con la elección de un presidente negro, el país trascendía por fin su historia para consagrarse como una democracia “posracial”. Este discurso, que ya sonaba forzado en 2008, resulta ridículo nueve años después. Pero sería incorrecto asociar el racismo que pervive en EEUU solamente con la figura de Donald Trump. Un malestar social profundo era palpable desde antes de su elección.
La América negra acumula tres años de agitación. En agosto de 2014, la muerte del adolescente Michael Brown a manos de la policía en Ferguson, Missouri, detonó una ola de protestas que se extendió a lo largo del país. Black Lives Matter (“las vidas negras importan”) es el movimiento que ha surgido de aquella explosión de indignación. En el primer estudio en profundidad del movimiento, Keeanga-Yamahtta Taylor, profesora de estudios afroamericanos en Princeton, documenta su evolución e inscribe al movimiento en la tradición afroamericana de luchas por la justicia económica y racial. El resultado es From #BlackLivesMatter to Black Liberation, un libro excelente con un enfoque ambicioso y enriquecedor.
La muerte de Brown fue la gota que colmó el vaso. En 2005, el huracán Katrina había devastado Nueva Orleans –una ciudad predominantemente negra– ante la aparente indiferencia de George W. Bush. La elección de Obama devolvió a muchos afroamericanos la esperanza de tener un presidente comprometido con su bienestar. Pero la pasividad del presidente ante una crisis financiera que destruyó los ahorros de la América negra, y la persistencia en sus comunidades de brutalidad policial, convirtió esa esperanza en frustración. Aunque no para todos: Taylor distingue entre la indignación de los afroamericanos más empobrecidos y el relativo conformismo de la (pequeña, pero no insignificante) clase media negra, erigida durante los años sesenta y setenta.
Como el propio nombre indica, el objetivo principal de Black Lives Matter es denunciar los abusos policiales que sufren las comunidades negras en EE UU. Antes de que terminase 2014, la policía estadounidense había matado a otros seis adolescentes negros. Uno de ellos, Tamir Rice, tenía 12 años y estaba jugando con una escopeta de aire comprimido. Los hombres jóvenes negros tiene hasta 21 veces más posibilidades que los blancos de morir a manos de la policía. El 28% de las personas encarceladas en EEUU son negras, pero los afroamericanos constituyen solo un 13% de la población del país.
La nueva generación de activistas negros va más allá de exigir el fin de estos abusos. Black Lives Matter es lo que se viene a llamar un movimiento interseccional, implicado con una variedad de causas entrelazadas. Es horizontal y descentralizado, relativamente similar al 15-M u Occupy Wall Street. En gran medida está liderado por mujeres, que han otorgado al movimiento un enfoque de género. Destacan los activistas gays y transgénero, comprometidos con avanzar la agenda LGBT. También presta atención a la desigualdad económica. El 27% de los afroamericanos viven bajo el umbral de la pobreza, y el 26% de los hogares negros tienen problemas para cubrir sus necesidades alimentarias.
Tanto Obama como los antiguos líderes del movimiento por los derechos civiles reciben críticas contundentes de Taylor. La autora los considera comprometidos con un capitalismo neoliberal que condena a cada vez más negros y blancos a la destitución, y más interesados en sermonear a la América negra que en defender sus derechos. Unos de los fenómenos más interesantes que Taylor describe es la brecha generacional entre los activistas y el establishment negro. En vez de asimilar la crítica sistémica que hacen los miembros de Black Lives Matter, figuras como Obama, Al Sharpton y Jesse Jackson tratan recurrentemente de acotar sus reivindicaciones.
Los problemas de la América negra no son el resultado de patologías culturales, sino que originan en la discriminación aplicada por el Estado americano. Una discriminación que persiste hasta nuestros días, y que tiene un profundo componente de explotación económica. Taylor sostiene que solucionar el sufrimiento de la América negra requiere poner fin a un modelo productivo insostenible. Para ello es necesario que Black Lives Matter colabore con otros colectivos y movimientos sociales, reconstruyendo la izquierda estadounidense. Es una lástima que el libro, publicado en 2016, apenas analice el legado de la campaña del socialista Bernie Sanders, a quien Taylor afea la tibieza con que aborda los problemas raciales. Urge una reedición en la que se discuta el futuro de Black Lives Matter bajo la presidencia Trump.