El 23 de marzo de 1983 el presidente Ronald Reagan lanzaba su Iniciativa de Defensa Estratégica –Strategic Defense Initiative–, que será conocida desde entonces por sus siglas inglesas SDI, con el ambicioso propósito de conseguir la inutilización de los
misiles soviéticos estratégicos dotados de cabezas nucleares que, hasta este momento, y desde la década de los cincuenta, vienen componiendo el apoyo militar de lo que conocemos bajo la fórmula de la disuasión por represalia.
Las palabras históricas del presidente Reagan han entrado ya en las antologías de la historia: “Vamos a iniciar un intenso esfuerzo global, para definir una investigación a largo plazo y un programa de desarrollo que conduzca a la eliminación de la amenaza que encierran los misiles nucleares estratégicos. Esta noche iniciamos un proceso que puede cambiar el curso de la historia. Será arriesgado y reclamará tiempo, pero yo confío en que podemos hacerlo.” El voluntarismo de la frase es digno de analizar, porque, como resulta natural, la pretensión de “cambiar el curso de la historia”, no ha sido nunca tarea fácil, ya que hará falta, además, y a partir de ese momento, modificar casi todos los fundamentos donde venía reposando el pensamiento militar dé la era nuclear. La SDI no representaba simplemente un proyecto de defensa militar, sino mucho más ambiciosamente, una verdadera revolución estratégica proyectada a escala universal.
Y eso, en todos los sentidos. Tecnológico, estratégico, político e, incluso, moral. El rápido bautizo con que la Prensa gratificó a la SDI, convirtiéndola en “guerra de las estrellas”, fue quizá la Primera desventura del proceso, porque falseaba con una fórmula de insuperable efectividad propagandística los reales elementos de la iniciativa: No se podía, hablando en serio, llamar “guerra” a lo que sólo era un proyecto defensivo, destina- do precisamente a acabar con la guerra nuclear y…