Autor: Subrahmanyan Jaishankar
Editorial: Harper Collins
Fecha: 2020
Páginas: 240

Autonomía estratégica en versión hindú

El actual ministro de Asuntos Exteriores indio, transforma 'The India Way' en un manifiesto que describe la transición del país desde una civilización hacia un Estado-nación candidato a ser una superpotencia, modelo del multialineamiento y un ejemplo de autonomía estratégica para el resto de países emergentes.
Lluís Bassets
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La tarea de un ministro de Exteriores de un gran país difícilmente permite veleidades intelectuales, ni deja márgenes de tiempo para escribir un ensayo que sirva para fundamentar y explicar la política internacional de su gobierno. Subrahmanyan Jaishankar, responsable de los asuntos exteriores del ejecutivo nacionalista hindú de Narendra Modi, lo hizo en 2020 justo al hacerse cargo de la cartera. Su libro tuvo inmediata repercusión internacional cuando salió su primera edición, un efecto ahora amplificado por las aportaciones realizadas en 2022 después de la pandemia y en los prolegómenos de la guerra de Ucrania.

El pensamiento de Jaishankar sirve para comprender el papel de su país en un mundo en plena ebullición geopolítica, así como las ideas del Bharatiya Janata Party (BJP), el partido nacionalista y populista hindú, en el gobierno desde 2016. Pero también para entender la cautelosa y equidistante actitud de Modi respecto a la guerra de Ucrania, hostil a las sanciones y capaz de sacar suculentos beneficios del aislamiento comercial de Rusia. Tiene asimismo relevancia para acercarnos a la visión del mundo de los antiguos países en desarrollo, ahora emergentes e incluso en trance de devenir grandes potencias, en buena parte construida sobre los programas anti colonialistas y anti imperialistas que condujeron a las independencias, en muchos casos con la ayuda de la Unión Soviética o de la República Popular de China.

La India de Modi es una potencia moderadamente revisionista, que no se siente plenamente comprometida por el orden internacional desde 1945 porque tampoco se percibe a sí misma como suficientemente favorecida por sus instituciones y por el reparto de poder resultante. Su sentimiento de agravio se proyecta especialmente sobre China y Pakistán, sus dos vecinos y a la vez adversarios —con los que mantiene disputas territoriales y ha librado varias guerras con cada uno—. Pero la crítica se dirige también hacia Washington —la superpotencia más decisiva en la organización del mundo a partir de 1945 y la única de los últimos 30 años—, al conjunto de Occidente y con igual intensidad a las élites gobernantes indias del Partido del Congreso, por las oportunidades perdidas bajo su liderazgo tercermundista. Sirven de ejemplos el retraso en la adquisición del arma nuclear, su limitada ambición internacional, la vinculación excesiva a Moscú y un pobre resultado en presencia internacional, de la que la ausencia de India como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas es la expresión más evidente.

La vía que se propone es muy india, incluso en sus referencias filosóficas y literarias, que Jaishankar encuentra en el Mahabhárata, modelo para el mundo multipolar, y en el Arthashastra, al parecer modelos genuinos para una política internacional en un mundo multipolar y equivalentes hindúes a la vez de Maquiavelo y de Claussewitz. La lógica cartesiana no parece encajar muy bien con la visión política hindú, que permite defender el nacionalismo como la mejor carta para una buena política internacional, el establecimiento de reglas y a la vez la posibilidad de vulnerarlas a conveniencia, los tratados internacionales y su disrupción, al igual que compatibilizar la condición de amigo y enemigo (frenemies) en unas relaciones  exteriores que se dibujan como meramente transaccionales y por tanto sometidas constantemente a la coyuntura. No hay una idea del orden global ni siquiera una preocupación por encontrar un modelo para organizarlo, sino una aproximación muy instrumental y oportunista del camino que debe seguir India para obtener posiciones de ventaja en el nuevo reparto de las cartas en curso.

La globalización no aparece así como una opción colectiva sino como la resultante de una multiplicidad de intereses nacionales, una geometría plurilateralista más que multilateralista, en la que una potencia de las dimensiones de India se ve abocada a jugar un papel estabilizador, de equilibrio y de influencia, aunque se reivindique como civilizatoria e incluso ética, gracias especialmente a una espiritualidad como la hinduista, utilizada en ocasiones con un claro sesgo propagandista. También hay un cierto trumpismo, más prudente y astuto que el genuino, en la formulación de un nacionalismo que declara abiertamente la preferencia india y fácilmente se puede identificar con la preferencia hindú, de aplicación tanto al vecindario asiático inmediato, en forma de hostilidad hacia Pakistán, como al interior de la sociedad india, en forma de exclusión y discriminación hacia los musulmanes.

La política exterior de Modi pretende marcar una diferencia irreductible con el legado de Jawarharlal Nehru —“el obstáculo real para el ascenso de India no son las barreras del mundo sino los dogmas de Delhi”— pero no consigue diferenciarse abiertamente de los rasgos heredados más determinantes, incluso de la política exterior británica, definida por una proyección marítima más que terrestre, organizada en combinaciones flexibles en vez de alianzas permanentes, y en sacar ventaja de los equilibrios más que de las conquistas y de la influencia en vez de los compromisos directos. Con cautela y sin arriesgar en exceso, este libro puede leerse como un manifiesto en favor del ascenso de India como superpotencia, líder del Sur Global, apóstol del multialineamiento (en vez del no alineamiento o del simple multilateralismo), e incluso modelo de autonomía estratégica para los países emergentes, en competencia con su vecina China y con capacidad para participar en todas las fórmulas de cooperación multilateral a mano, aunque a veces puedan parecer incompatibles. Así como son los BRICS y la Organización de Shanghai, de un lado, o el Marco de Prosperidad Indo-Pacífico lanzado por Washington, el Quad con Japón, Austria y Estados Unidos, o el I2U2 (Israel, India, Emiratos Arabes y Estados Unidos) por el otro.

Quien ha realizado una crítica más acerada a este programa exterior, aun antes de la publicación del libro, ha sido el diplomático y académico Shivashankar Menon, en su India and Asian Geopolitics. The Past, Present (Penguin Random House India, 2021), libro en el que señala la confusión que significa convertir en estrategia el hecho de carecer de ella y además lucirla como si lo fuera. Según Menon, Nehru sí la tenía. Opina también, y el libro lo confirma, que toda la política exterior de Modi se puede concentrar finalmente en la relación con Pakistán. Más explícito en su crítica al BJP es el historiador y biógrafo de Gandhi, Ramachanda Guha, que considera el reaccionarismo hindú como la peor y más peligrosa de las numerosas tendencias religiosas fundamentalistas e iliberales que proliferan en India. “Para ser indio no hace falta ser hindú, o hablar hindú, ni siquiera hace falta odiar a Pakistán”, escribió hace una década (Patriots and Partisans, Penguin Random House India, 2012).

La política exterior de Modi sitúa la máxima atención en la seguridad nacional y en la integridad territorial, cuestiones a la vez internas y externas, debido al terrorismo inevitablemente vinculado a Pakistán, al contencioso que mantiene con este país y también con China sobre la Cachemira dividida. Una región disputada y ahora desposeída de su autonomía constitucional y, además, a los 3.000 kilómetros de fronteras sin definir y origen de guerras e incidentes violentos entre Pekín y Delhi. El objetivo central de su política exterior es consolidar la posición de India en Asia frente a China, con una abierta voluntad de construir una alternativa a la Nueva Ruta de la Seda en forma de acuerdos bilaterales más fuertes y sostenibles, abiertos, transparentes e igualitarios, sin el carácter unilateral, geoestratégico y casi militar que impone Pekín. La amplia región del Índico y del Pacífico aparece así como el Mediterráneo del siglo XXI: una zona marítima tricontinental que se extiende desde África hasta los archipiélagos, con India en su centralidad geopolítica, constituida como vértice de conectividad global.

La India que describe Jaishankar se halla en una transición desde una sociedad-civilización a un Estado-nación, un proceso en el que es la propia India la que debe definirse a sí misma, prohibir que alguien la pueda definir desde fuera y conseguir una mayor voz en la escena y en las instituciones internacionales. El autor no descarta que Estados Unidos se halle en declive, pero cree que China no termina de madurar y es por tanto el momento oportuno para potencias como Alemania, Japón, Brasil, Turquía, Irán, Indonesia, Australia y, lógicamente, la mayor de todas que es India, con “muchos amigos, pocos enemigos, buena actitud, más influencia”, y por tanto la que tiene mayor capacidad equilibradora y de fijación de la agenda global.

No hay en el libro ni una sola insinuación positiva dirigida a Pakistán, enemigo interior y exterior designado y a la vez literalmente constituyente. En una frase programática se resume la ambición del ministro de Exteriores de Modi respecto al plurilateralismo indio que propone:  “Comprometerse con EEUU, administrar las relaciones con China, cultivar a Europa, dar seguridad a Rusia,  invitar a Japón  a participar, atraer a los vecinos, ampliar el vecindario y extender las bases de los apoyos a India”. La lectura de The Indian Way, además de amena y aleccionadora, es especialmente interesante en el año en que India acaba de superar a China en demografía y cuando su primer ministro pretende obtener de la presidencia india del G20: una demostración de rendimientos electorales en casa y de puertas afuera un salto cualitativo en la imagen internacional del país.