India es uno de los países del mundo más afectados por la violencia terrorista. Ésta es una realidad relacionada con los conflictos que atraviesan internamente su sociedad y las rivalidades transfronterizas en que se encuentra inmerso. Una realidad, en cualquier caso, de la que parece sólo nos damos por enterados en Occidente cuando ocurren atentados como los del pasado mes de noviembre en Mumbai, con alrededor de 185 muertos, de los cuales unos 160 eran indios y 25 extranjeros. Esta metrópoli ya fue escenario de otros con similares niveles de letalidad en julio de 2006. Y es que, pese a la frecuencia de actos de terrorismo que se registran en aquella gran nación del sur de Asia, los últimos acontecidos en la que para muchos es su más emblemática ciudad no tienen precedentes. Ni por su magnitud e intensidad, ni por sus implicaciones o su alcance. Más desde luego, si cabe, por la manera en que se han llevado a cabo y su significación en el contexto del actual terrorismo global, que por la identidad de quienes los perpetraron o cuáles hayan sido sus propósitos.
Ahora bien, lo que conocemos sobre la identidad de quienes están detrás de los atentados de Mumbai es importante y dice bastante acerca de una amenaza terrorista que, en el caso de India, como en el de tantas otras naciones, es a la vez externa e interna. Por una parte, hay suficientes evidencias directas y circunstanciales para afirmar que 10 individuos implicados en la ejecución de la operación eran pakistaníes, y que consiguieron penetrar por mar en el epicentro de aquella ciudad, bien pertrechados de armas y explosivos, tras haberse embarcado en el puerto de Karachi. Eran, además, miembros de Lashkar e Toiba (LeT, Ejército de los Puros) o habían sido adiestrados por esta organización…