Autor: Antonio Scurati
Editorial: Alfaguara
Fecha: 2020 y 2021
Lugar: Barcelona

Así mueren las democracias

Un siglo después de la Marcha sobre Roma que catapultó al poder a Mussolini, la victoria de Meloni en las últimas elecciones italianas ha reabierto el debate sobre la herencia política del fascismo y su actualidad. ¿Estamos ante la reaparición de los viejos fantasmas de la Europa de entreguerras? ¿De verdad corre peligro la democracia italiana? Para responder a estas preguntas, la monumental serie de novelas que el escritor napolitano Antonio Scurati ha dedicado a la trayectoria del ‘Duce’ ofrece una inestimable ayuda, además de muchas horas de buena literatura.
Manuel Arias Maldonado
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Cuando se cumple un siglo de la célebre Marcha sobre Roma que catapultó al poder a Benito Mussolini y casi 80 años después del linchamiento que acabó con su vida en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, la victoria de Georgia Meloni en las últimas elecciones italianas ha reabierto el debate sobre la herencia política del fascismo y su actualidad. ¿Estamos ante la reaparición de los viejos fantasmas de la Europa de entreguerras, dominada por el malestar colectivo y definida por la adhesión de las masas a ideologías revolucionarias que prometían construir una sociedad mejor sobre las ruinas del liberalismo parlamentario? ¿De verdad corre peligro la democracia italiana? ¿O quizá estamos trazando analogías desviadas que prestan insuficiente atención a las diferencias que existen entre aquel contexto sociopolítico y el nuestro?

Para responder a estas preguntas puede ser de ayuda la monumental serie de novelas que el escritor napolitano Antonio Scurati ha dedicado a la trayectoria de Mussolini, todas ellas bajo el título genérico de M y cada una adornada con su correspondiente subtítulo: El hijo del siglo (2018) y El hombre de la providencia (2020) han sido ya publicadas en España con la impecable traducción de Carlos Gumpert, mientras que Los últimos días de Europa acaba de salir en Italia y estará en nuestras librerías en 2023. Si el primer volumen arranca en 1919, en medio de las ruinas de la Gran Guerra, y se cierra en enero de 1925, con un Mussolini que asume en el parlamento la responsabilidad del brutal asesinato de Giacomo Matteotti –líder de la oposición socialista– sin que nadie se atreva a plantarle cara, lo que allana el camino a una dictadura sin ambages, el segundo se abre con una descripción de los males digestivos del Duce y culmina con los festejos que celebran el décimo aniversario de la Marcha sobre Roma. En el tercero, Scurati se ocupa de la consolidación del fascismo a partir de 1933 y de la alianza forjada con la Alemania de Hitler en mayo de 1938, que tras no pocas convulsiones internas será ratificada con la firma del denominado Pacto de Acero, que garantizaba el apoyo recíproco entre las dos potencias en caso de guerra. Todo indica que la trilogía prevista será finalmente una tetralogía: los últimos años de Mussolini no pueden despacharse alegremente.

 

«Scurati no se inventa los hechos que relata, ni elude la necesidad de proporcionar coherencia a las motivaciones de los personajes: el resultado es una ‘novela documental’ apegada a las fuentes»

 

Sabemos lo que cuenta Scurati, ¿pero cómo lo cuenta? ¿A qué género pertenecen estos libros que tan bien han funcionado en el siempre difícil mercado editorial? Se trata de novelas, porque no pueden ser calificadas de otra manera: Scurati describe los episodios de la vida de Mussolini y de muchos otros personajes ligados a él a través del punto de vista de un narrador omnisciente que pareciera haber estado allí, figurándose cuáles han sido los diálogos, las emociones o los detalles de cada situación y concediéndose entrada libre en la subjetividad de cada protagonista. Nos encontramos, incluso, con algunos monólogos interiores en primera persona. Y todo eso solo lo hace la novela, que se concede a sí misma la licencia correspondiente. Pero Scurati no se inventa los hechos que relata, ni elude la necesidad de proporcionar coherencia a las motivaciones de los personajes: sabe lo que dicen los historiadores y él mismo se ha dedicado a leer los documentos de procedencia diversa –cartas, telegramas, órdenes administrativas, discursos– que encabezan cada capítulo. El propio autor se expresa en esos términos cuando señala, al comienzo del primer volumen, que ni los personajes ni los acontecimientos que presenta al lector son fruto de su imaginación. El resultado sería, como señala en la segunda parte, una “novela documental” apegada a las fuentes: un relato veraz que, admite honestamente, no deja de ser un relato.

¡Pero qué relato! Escrito con una prosa de claridad brillante que echa mano del presente histórico para imprimir a los acontecimientos la tensión propia del thriller, el libro transporta eficazmente al lector a una época que todos creíamos conocer a grandes rasgos y, sin embargo, se revela aquí como una caja de sorpresas. Hay de todo: Scurati subraya el papel de la Primera Guerra Mundial en la creación de las condiciones emocionales que hicieron posible el surgimiento del fascismo, destaca el empleo del periódico Il Popolo d’Italia como herramienta de agitación, se detiene en la delirante toma de Fiume a cargo de las tropas comandadas por el poeta-guerrero D’Annunzio, desciende a las calles de las ciudades italianas donde los escuadristas tratan de imponer su ley a palos sin que el gobierno sea capaz de frenarlos, nos recuerda que Mussolini es un hombre acabado en la primavera de 1920 y que es entonces cuando da el giro definitivo que lo aleja del socialismo (los fascistas son “el dolor profundo de una crisis psicológica de inseguridad del pequeñoburgués enfurecido porque teme perderlo todo pese a no tener aún lo suficiente, del verdulero que se siente atrapado entre la espada del gran capital y la pared del comunismo”), proporciona los escabrosos detalles del vil asesinato de Matteotti que pone a Mussolini contra las cuerdas, y nos introduce en ese parlamento intimidado que entrega al Duce plenos poderes de camino a la dictadura.

Pero Scurati también dedica abundantes páginas a la larga campaña militar libia, donde se usan armas químicas contra la población civil; muestra las dificultades que comportó desactivar a los camisas negras para imponer la sola autoridad del Estado fascista; y rememora los tres atentados frustrados de los que Mussolini sale vivo de milagro, alimentando con ello el mito de su cualidad providencial. Solo se echa de menos una mayor atención hacia las causas que explican el apoyo popular al régimen fascista, aunque es de esperar que el tercer volumen sea el que aclare ese aparente misterio. Hay un adelanto al final del segundo, cuando las celebraciones del aniversario de la “revolución” se hagan coincidir con la inauguración de las primeras grandes obras públicas del fascismo, que han requerido la demolición de valiosas obras arquitectónicas que el régimen cataloga de “morralla antigua” en nombre de las novedades que anticipan un futuro esplendoroso. Disfrutando de la ventaja que proporciona ese porvenir, el lector sabe que el Duce acabará sus días colgado de un gancho: así mueren, a veces, las dictaduras.

 

«Mussolini aparece retratado como un príncipe maquiavélico que impone su voluntad con ayuda de la fortuna y mediante el ejercicio de una voluntad despiadada que no reconoce ningún freno»

 

¿Y qué hay de las democracias? Si algo nos recuerda la trilogía de Scurati es que el fascismo –como el nazismo alemán– no ganó las elecciones limpiamente y luego procedió a implantar la dictadura por sorpresa. Por el contrario, la demolición de las instituciones democráticas vino acompañada desde el primer momento por la práctica de una violencia callejera que buscaba meter el miedo en el cuerpo a sus rivales, incluidos los revolucionarios de otras confesiones ideológicas. Solo así pudo imponerse la unanimidad en torno al jefe del movimiento, que había procedido a denigrar el parlamentarismo como el obstáculo que era necesario remover a fin de devolver a la nación su gloria perdida: “La nación fascista es la nación que no vota, sino que cree, obedece, lucha y, si es necesario, muere”. Pero también: “Reunificación emocional entre la masa y su Duce, religión civil de devoción a un monumento humano que trasciende los viejos monumentos de piedra, una llama siempre encendida”. Mussolini aparece retratado como un príncipe maquiavélico que impone su voluntad con ayuda de la fortuna y mediante el ejercicio de una voluntad despiadada que no reconoce ningún freno. Pero es alguien que parece creer en la utopía milenarista que anuncia en sus discursos, rasgo que lo aleja decisivamente de nosotros: hoy es imposible creer en las utopías y adolecemos más bien de un crónico descreimiento. Tampoco nos encontramos ya con la fe nihilista en el poder regenerador de la violencia que animó el asalto al poder de fascistas, nazis y comunistas: nos acordamos todavía de lo que trajeron aquellas religiones políticas y nuestras instituciones están diseñadas para evitar su retorno.

Desde ese punto de vista, la victoria de Meloni –cuyo partido, Hermanos de Italia, pertenece a la familia posfascista– debe entenderse como inestimable apoyo promocional para los libros de Scurati antes que como el principio del fin de la democracia italiana. Y es que no es fácil liderar allí un gobierno: Meloni puede terminar siendo anécdotica o irrelevante. Aunque nunca se sabe, ni puede en modo alguno descartarse un proceso de deterioro “iliberal”. De modo que sería un error tomarse a broma el ascenso de los populismos o desatender la tarea de apuntalar la cultura liberal –tolerante e inclusiva– que sirve de sostén a los regímenes democráticos.

En ninguna parte está escrito que lo que ya ha sucedido no pueda repetirse, pese a que las últimas noticias sobre la muerte de la democracia sean exageradas. Así que podemos dejar a un lado la pantalla del móvil donde seguimos la vibrante actualidad y conocer al Mussolini de Scurati: saldremos de la experiencia con un conocimiento más sofisticado del pasado que debería sernos de ayuda a la hora de dar forma al futuro. Para colmo, también pasaremos –no es poco– muchas horas felices.