AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 64

Guardias fronterizos argelinos patrullan la frontera con Marruecos. Noviembre de 2021./FADEL SENNA/AFP/VIA GETTY IMAGES

Argelia y Marruecos: ¿rivales o enemigos?

Argelia y Marruecos no han conseguido, tras medio siglo, superar las diferencias. La cuestión de un conflicto abierto entre ambos países está sobre la mesa.
Luis Martínez
 | 

La ruptura de las relaciones diplomáticas con Marruecos, anunciada por Argelia el 24 de agosto de 2021, culmina un largo proceso de desconfianza hacia el Reino. Acechada por un aumento de la Covid-19 y por dramáticos incendios en la Cabilia este verano, se acusa a Marruecos de complicidad en los fuegos que han devastado los macizos la zona. Los incendios se analizan como “actos hostiles” que formarían parte de un complot cuyo fin es desestabilizar el país. Para justificar su decisión, se enumera una larga lista de agravios que incluye a las víctimas argelinas de la guerra de las Arenas de 1963, el conflicto del Sáhara Occidental, para acabar con el peligro que supone para Argelia y la región la normalización de las relaciones entre Israel y Marruecos.

En definitiva, las autoridades argelinas ya no ven en Marruecos un país rival, sino un enemigo en potencia que aspira a desestabilizar un régimen debilitado por una economía en apuros desde la caída del precio del barril delpetróleo en 2014 y por una situación política estancada desde la aparición de Hirak en febrero de 2019, un movimiento pacífico que reivindica una transición democrática. Las autoridades argelinas acusan a Marruecos de financiar al Mak, un movimiento cabileño, fundado en 2001, que reclama la autodeterminación de esta región de Argelia.

Los dirigentes militares argelinos interpretaron las palabras del embajador marroquí en Naciones Unidas como la prueba de que se prepara el enésimo intento de desestabilización de Argelia. En efecto, en una reunión virtual de los Países No Alineados, el 13 y 14 de julio de 2021, el embajador de Marruecos, tras las declaraciones de su homólogo argelino sobre el pueblo saharaui, aludió al derecho del pueblo cabileño “a disfrutar plenamente de su derecho a la autodeterminación”. Argelia, enfurecida, llamó a su embajador de Marruecos.

Esta crisis en torno al apoyo a la Cabilia no es una novedad. De hecho, en 2015, la delegación marroquí en la ONU ya había planteado la cuestión del “derecho a la autodeterminación de Cabilia”, también en respuesta al apoyo argelino al derecho del pueblo saharaui. El incidente diplomático se había mantenido circunscrito a reacciones en la red. En 2016, la emergencia de un movimiento de protesta en el Rif, región de habla bereber del Norte de Marruecos cuya historia con el Reino es convulsa, había planteado el riesgo de un efecto bumerán en Marruecos de la problemática del derecho a la autodeterminación del pueblo cabileño en Argelia.

 

Un legado colonial disputado

Caracterizadas desde siempre por la desconfianza, las relaciones entre Argelia y Marruecos degeneraron progresivamente en recelo. Las razones de esta suspicacia se remontan al conflicto del Sáhara Occidental. En 1976, fue Marruecos quien decidió romper relaciones diplomáticas con una Argelia por aquel entonces confiada en su desarrollo económico. Argelia estaba totalmente decidida a debilitar la monarquía de Hassan II (1961-1999), enfrentada a intentos de golpes de Estado militares (1971 y 1972) y a una violenta represión de sus oponentes políticos. La marcha precipitada de España del Sáhara Occidental (1884-1976) ofrece al reino alauí la oportunidad de anexionarse ese territorio y de convertir su defensa en una causa sagrada para la monarquía.

Desde que arranca el conflicto, la Argelia de Huari Bumédián (1965-1979) se posiciona a favor de los saharauis, para no ver a su vecino ampliar su territorio en el Sáhara, cuyo potencial económico y energético está por explotar. En cuanto a la monarquía de Hassan II, considera que gran parte del territorio de Argelia es un regalo que la Francia colonial (1830-1962) hizo a Argel a expensas de Rabat. No comprende la aversión de Argelia a ver a Marruecos gozar también de profundidad en el Sáhara, que representa para el país una recuperación de su territorio después del entreacto del protectorado español. Se considera traicionado por el incumplimiento de los compromisos de 1961, que estipulan: “El gobierno provisional de la república argelina reconoce por su parte el problema territorial planteado por la delimitación impuesta arbitrariamente por Francia entre los dos países, que se resolverá en negociaciones entre el gobierno del Reino de Marruecos y el gobierno de la Argelia independiente” (Convención sobre los compromisos recíprocos de Marruecos y de Argelia firmada en Rabat el 6 de julio de 1961).

Habrá que esperar al viaje a Argel de Hassan II en 1968 para presenciar una renuncia de las pretensiones territoriales marroquíes: “Las reivindicaciones de Marruecos sobre los territorios argelinos y mauritanos eran utópicas y suponían un freno a una colaboración provechosa en la región” (Khadija Mohsen Finan, Sahara Occidental : les enjeux d’un conflit régional. París: CNRS, 1997). Una renuncia que permite un “deshielo” de las relaciones argelino-marroquíes.

En 1963, la guerra de las Arenas había demostrado que Marruecos cuestionaba el legado territorial de Argelia, diseñado por Francia. Primero por parte del Istiqlal, que apelaba a la restauración del gran Marruecos, y luego por la monarquía de Hassan II. El contencioso territorial entre Argelia y Marruecos había hallado una salida en el Tratado de Ifrán de 1969, en virtud del cual ambos países se habían comprometido a respetar las fronteras heredadas de la colonización. En la práctica, este enfrentamiento entre dos Estados a penas independientes alimenta la desconfianza y el rencor. Sin embargo, cuando Marruecos recupera hábilmente el Sáhara Occidental tras la marcha de las tropas españolas, Argelia se enfrenta a un dilema: el reconocimiento del hecho consumado o la guerra.

Argel opta por la guerra por delegación, apoyando económica y militarmente al Polisario. Los beneficios financieros procedentes de la nacionalización de los hidrocarburos y de la primera crisis del petróleo refuerzan el poder económico de las autoridades argelinas. Los gastos derivados de la compra de armas también siguieron el curso del precio del barril de petróleo: entre 1973 y 1977, ascendieron a 710 millones de dólares, para incrementarse muy notablemente entre 1978 y 1982 hasta alcanzar los 3.200 millones; entonces se estabilizaron, de 1983 a 1987, en 2.500 millones de dólares y, de 1987 a 1991, en 2.000 millones.

La URSS fue el principal proveedor de Argelia, a quien vendió aproximadamente tres cuartos de su material militar. A muchos observadores les preocupó esa carrera armamentista en la región. No obstante, a diferencia del conflicto entre Pakistán e India, o entre Irak e Irán, el enfrentamiento argelino-marroquí, con la interposición del Frente Polisario, sigue limitado a una guerrilla en el desierto y, a fin de cuentas, al erario le resulta asequible. La anexión del Sáhara por Marruecos se le indigesta a Argelia y, sin duda, esa es una de las principales razones de la longevidad de este conflicto.

Con unos abundantes ingresos procedentes del petróleo, Argelia puede permitirse el lujo de mantener a las poblaciones saharauis en campamentos improvisados y de denunciar la indiferencia de Marruecos ante los derechos de los pueblos a la autodeterminación. De 1975 à 1991, de la anexión al alto el fuego, Argelia obliga igualmente a Marruecos a incurrir en importantes gastos militares en relación con su PIB, para mantener el control del Sáhara.

Esta guerra de desgaste costó unos 10.000 millones de dólares a la monarquía, obligada a mantener gran parte de su ejército (de 130.000 a 160.000 hombres), desplegado en el Sáhara. Según afirma Fuad Abdelmumni, “el coste de este asunto es sencillamente la ausencia de desarrollo de Marruecos”. El conflicto del Sáhara Occidental bloqueó, por lo tanto, el desarrollo económico de la región del Magreb. La posición de principio argelina sobre el Sáhara –derecho del pueblo saharaui a un referéndum sobre la autodeterminación– condujo a un estancamiento diplomático y, por consiguiente, a una tensión militar.

En su rivalidad económica con Marruecos, Argelia, cegada por las ilusiones de los beneficios petrolíferos, creyó que el tiempo jugaba a su favor. La abundancia de ingresos procedentes de los hidrocarburos le permite librar una “guerra privatizada” interminable que, sin duda, arruinará al reino alauí, causará revueltas internas y en definitiva, volverá a cuestionar la decisión de la anexión. Sin embargo, la crisis del crudo de 1986, que se tradujo en el hundimiento del precio del barril, hace saltar en pedazos esta estrategia, revela el peligro de la crisis económica y provoca el estallido de revueltas en Argelia.

Entre 1991 et 1993, el país solo destina 145 millones de dólares a la compra de armamento y el apoyo a los saharauis se relega al olvido, ante la amenaza que representan los islamistas del FIS (Frente Islámico de Salvación) para el régimen. Para Argelia, los ingresos petrolíferos no han sido un recurso suficiente para vencer el proyecto de anexión del Sáhara por Marruecos, que contó con la ayuda y el apoyo de Arabia Saudí. Simbólicamente, a finales de los años ochenta, ambos países están endeudados y ofrecen a sus poblaciones un bajo nivel de vida.

Durante la guerra civil de Argelia (1991- 1999), Marruecos sospecha que su vecino ha sido cómplice en el atentado del 24 de agosto de 1994 en Marrakech y decide imponer un visado a los ciudadanos argelinos. Argel reacciona ordenando el cierre de la frontera con Marruecos, con el consiguiente bloqueo de las exportaciones de productos marroquíes a Argelia.

En 1999, la llegada de Abdelaziz Buteflika a la presidencia de Argelia suscitaba la esperanza de que se resolviera el conflicto. La campaña marroquí a favor de una autonomía del Sáhara había tenido sus efectos: Francia, Estados Unidos y España le apoyan. Queda por convencer a Argelia de que se resigne. En marzo de 2005, el encuentro entre el presidente Buteflika y el rey de Marruecos, Mohamed VI, parece la premisa de una renovación. La prensa se hace eco del rumor que anuncia la reapertura de la frontera entre Argelia y Marruecos, primer gesto simbólico del reencuentro.

En ese contexto, Libia, que preside la Unión del Magreb Árabe (UMA), anuncia la fecha de una cumbre de jefes de Estado los días 25 y 26 de mayo de 2005 en Trípoli. Poco dura el entusiasmo. Mohamed VI anuncia que no participará en la cumbre, lo que provoca de hecho que se anule. Las afirmaciones de Buteflika, tiempo atrás, sobre el derecho de los saharauis a la autodeterminación sirven de excusa para volver a cuestionar los intentos de reconciliación argelino-marroquí. El discurso oficial de Argelia sobre el Sáhara no ha cambiado, como se encarga de recordarlo el ministro delegado responsable de Asuntos Africanos y del Magreb, M. Messahel, en marzo de 2006: “La resolución del conflicto reside en el ejercicio por parte del pueblo saharaui de su derecho sagrado a la autodeterminación… Es la posición definitiva de Argelia… La situación de bloqueo pasa, en primer lugar, a manos de la ONU, que debe moverse y asumir sus responsabilidades”. Una postura que subraya Mohamed Bedjaoui, ministro de Asuntos Exteriores, en junio de 2006, en el periódico Liberté, insistiendo en el Plan Baker y el apoyo a la resolución 1675 sobre el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui…

Para Marruecos, el regreso de la abundancia financiera a Argelia explica su desinterés económico por la región. De hecho, el cierre de la frontera le sale más caro a Rabat que a Argel. Y en efecto, gracias a la tercera crisis del crudo, la Argelia de Buteflika recupera una bonanza financiera que le aporta los medios con que defender sus pretensiones en el Sáhara. A partir de 2011, con la emergencia de las “revueltas árabes”, el problema del Sáhara Occidental se vuelve marginal tanto para Argelia como para Marruecos.

Los movimientos contestatarios en el seno de los países (levantamiento del 22 de febrero en 2011, Hirak en el Rif en 2016, Hirak en Argelia en 2019) centran la atención de las autoridades. El conflicto –olvidado, congelado, bloqueado– del Sáhara Occidental es presa de un enfrentamiento entre dos potencias rivales, hoy convertidas en enemigas. Esta rivalidad se expresa en el Sahel.

 

Del Sáhara occidental al Sahel

El derrocamiento del régimen de Muamar el Gadafi y la intervención militar francesa en el Norte de Mali sitúan a esos dos países en el centro de las preocupaciones regionales. De Bamako a Trípoli, Marruecos ansía desempeñar un rol, como lo subraya la Declaración de Rabat del 14 de noviembre de 2013 y se compromete, principalmente, a “Aumentar el intercambio, entre los Estados de la región, de información relativa a la seguridad de las fronteras y la coordinación, con el fin de hacer frente a las amenazas identificadas (…); intensificar las capacidades de los Estados de la región en materia de equipos y de nuevas tecnologías (…); movilizar los recursos financieros adecuados (…)” (2ª Conferencia Ministerial Regional sobre la Seguridad de las Fronteras, Rabat, 14 de noviembre de 2013).

Con sutileza e inteligencia, el reino alauí logró obtener beneficios diplomáticos de la operación Serval, como muestran estas propuestas. Marruecos anhela un papel de liderazgo tanto en Malí como en Libia. La creación de un “Centro regional de formación y entrenamiento destinado a los funcionarios encargados de la seguridad de las fronteras en los Estados de la región” le brinda el instrumento necesario para desplegar su influencia.

Además, para Argelia, el deseo de responder a las “necesidades concretas de las poblaciones de las zonas fronterizas” insinúa una posible inclusión en la agenda de “la cuestión tuareg”. Frente al apoyo incondicional de Argelia al movimiento saharaui, Marruecos cuenta hoy con un instrumento de represalia considerable con “la cuestión tuareg”. Resumiendo, si Argel aún cuenta con hacer perder a Rabat el territorio del Sáhara Occidental, Marruecos puede plantear “la cuestión tuareg” y su reivindicación del Azawad, que incluye parte del territorio de Argelia. Muy influyente en Mauritania y Senegal, Marruecos amplía, en pro de la lucha contra el terrorismo yihadista, sus redes de hermandad en el Sahel y en todo el África oriental.

Por si eso fuera poco, el reino alauí mantiene excelentes relaciones con las monarquías del Golfo, algunas de las cuales, como Catar, tienen vínculos con milicias locales en Libia. Para Argelia, después de la independencia, el mayor reto es salvaguardar la integridad territorial. Las fragmentaciones territoriales que atraviesan el mundo árabe vuelven a plantear esta inquietud: de Libia a Irak y el Sur de Sudán, las amenazas separatistas se han convertido en realidades políticas. Asimismo, para el ejército, las reivindicaciones de los movimientos del Azawad y, como corolario, “la cuestión tuareg” siguen viéndose como un intento de privar a Argelia de su Sáhara: desde la creación de la OCRS (Organización Común de las Regiones Saharianas) en 1957 y la no participación de los tuaregs de Hoggar en la guerra de la independencia (1954-1962) (Vallet, Michel. “Les Touaregs du Hoggar entre décolonisation et indépendance [1954-1974]”, Revue du Monde Musulman et de la Méditerranée, n.° 57, 1990) hasta las revueltas tuaregs, las autoridades argelinas perciben en las reivindicaciones tuaregs una amenaza a su integridad territorial. Para ellas, la declaración de independencia de Azawad en 2012 fue una declaración de guerra.

En 2017, Marruecos se reincorpora a la Unión Africana, que había dejado en 1984. Desde entonces, el país hace gala de un activismo diplomático en África que exaspera a Argelia, tanto más cuanto que la presidencia de Donald Trump reconfortó a Rabat con respecto a la soberanía marroquí del Sáhara Occidental. Marruecos presiona en vano a sus socios europeos para que hagan lo mismo.

Este conflicto olvidado ha creado las condiciones propias de la desconfianza entre estos dos grandes países del Norte de África y ha paralizado todo proyecto de integración regional. Argelia y Marruecos, siendo vecinos, no han conseguido, al cabo de medio siglo, superar las diferencias que los enfrentan. Todo lo contrario: cada uno ha hecho lo posible por instrumentalizar, en las etapas de graves crisis políticas y sociales, la amenaza que representa su vecino, para obligar a guardar silencio a los opositores políticos.

El conflicto del Sáhara Occidental se muestra como el principal factor político del bloqueo en la construcción de una integración regional. Ilustra la incapacidad de Argelia y de Marruecos de dejar atrás una relación de recelo, incluso de hostilidad, desde la guerra de las Arenas de 1963. El contencioso del Sáhara occidental ha sido sobre todo, para ambos, una formidable oportunidad política de afianzar su autoridad. La monarquía marroquí ha podido apropiarse del sentimiento nacionalista cuyo estandarte era el movimiento del Istiqlal, que convertía la causa del gran Marruecos en una de sus batallas políticas.

El Sáhara Occidental ha permitido al régimen argelino justificar el poder del ejército y alimentar el sentimiento nacionalista. La ventaja del conflicto sahariano era evidente: la instauración, so pretexto de un sentimiento nacionalista, de regímenes políticos autoritarios. Durante los años setenta y ochenta, ese conflicto era una excusa para establecer relaciones hostiles entre ambos países. Enfrentados a críticas internas sobre la violación de los derechos humanos, la corrupción, la concentración de la riqueza y la ausencia de libertad, Argelia y Marruecos encontraron en el conflicto del Sáhara Occidental la ocasión de difundir, a través de una prensa complaciente, prejuicios y clichés sobre el otro, con la esperanza de sumar a su causa a una población frustrada por la degradación de las condiciones de vida.

Hay que señalar que en 2021, al cabo de casi 60 años de la independencia de Argelia, Marruecos ya no es solo un rival: se ha convertido en un enemigo en potencia para los dirigentes militares argelinos. La cuestión de un conflicto abierto entre ambos países está sobre la mesa.