La crisis de Malí ha agravado la sensación de cerco argelina, mientras los focos de tensión se acercan a sus fronteras y el terrorismo interno sigue constituyendo una amenaza.
Argelia se ahoga. Todas sus fronteras están bajo presión. El país da la impresión de estar atrapado por la incertidumbre de su entorno regional. Al Este, Túnez no logra recuperar su estabilidad mientras que a Libia le cuesta deshacerse de las milicias que surgieron en la lucha contra el régimen de Muamar Gadafi. Al Oeste, la frontera con Marruecos y el Sáhara Occidental está cerrada. Al Sur, el país tiene que ocuparse de 3.500 kilómetros de fronteras con Mauritania, Malí, Níger y Libia. En total, eso representaría la distancia entre Madrid y Moscú.
La crisis maliense, que ha adquirido una dimensión internacional, ha agravado la tensión en el Sur, lo que completa la situación temida por las autoridades argelinas. La región, en efecto, ha acabado por atraer aquello que el país teme por encima de todo: la presencia simultánea de grupos yihadistas y de fuerzas militares de las grandes potencias, ya que, por otra parte, según los dirigentes argelinos los dos fenómenos están estrechamente relacionados.
Sin embargo, Argelia parecía bien encaminada para solucionar la crisis maliense a su favor. Argel, que en el pasado ya tuvo que arbitrar en conflictos malienses en tres ocasiones, ha defendido otra vez una solución política, basada en un proceso que conduciría a un acuerdo entre malienses, un nuevo pacto que tendría más en cuenta los intereses de los tuaregs, preservando al mismo tiempo la integridad territorial de Malí, que sigue siendo la base de cualquier negociación. Argelia se ha agarrado a este planteamiento, a pesar de las presiones francesas.
Enfrentada a la petición de una intervención militar de Francia y de los países de África…