Los comicios han provocado la movilización de figuras del régimen que preparan la sucesión desde dentro, y la de sectores de la oposición, hasta ahora divididos por fracturas ideológicas.
Las condiciones que han rodeado las elecciones presidenciales celebradas el 17 de abril, podrían parecer normales a los observadores de la política argelina si no fuera porque se producen tres años después del inicio de las primaveras árabes. Una Primavera Árabe que no ha tenido traslación directa en la política argelina pero sí ha tenido, a pesar de ello, una influencia importante en la vida política del país. Aunque solo sea por el efecto reactivo y defensivo que han producido en buena parte de su clase política.
La ausencia de una auténtica misión de observación electoral de la Unión Europea (UE), el retraso en conceder visados de prensa a los medios internacionales, las trabas y atropellos a periodistas y medios nacionales no son nuevos en Argelia, pues nos retrotraen a la práctica habitual del país antes de los levantamientos anti-autoritarios. Lo que llama poderosamente la atención es que se sigan produciendo ahora, con la misma o mayor intensidad que antes, después de haber visto caer sistemas autoritarios en países vecinos. Pero lo más difícil de creer es que en pleno 2014 se presente por delegación un candidato impedido física y mentalmente, se organice una campaña electoral virtual en la que el candidato no aparece, todo ello con el fin de elegir por cuarta vez consecutiva al septuagenario (77 años) y enfermo Abdelaziz Buteflika. Resulta inverosímil que en pleno siglo XXI, Argelia, un país joven, extremadamente joven y con enorme potencial, se vea abocado a confirmar en el poder a una persona debilitada que no puede valerse por sí misma. Como si las primaveras árabes no hubieran derrocado a Zine el Abidine…