Desde los atentados del 11 de septiembre, no se había hablado tanto y tan mal de Arabia Saudí. El asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado de Estambul ha puesto el foco en la corte de Riad y también en cómo el resto del mundo se relaciona con los saudíes. Empieza a cuestionarse la cultura de la impunidad y se rompen algunos silencios. Un acontecimiento puntual puede tener efectos mucho mayores de lo que sus protagonistas hubieran podido calcular. La explicación no hay que buscarla en el hecho en sí, sino en las circunstancias en que se produce.
¿Por qué pesa tanto?
La relevancia internacional de Arabia Saudí se asienta sobre tres pilares. El más obvio es el energético. El país produce el 13% del petróleo mundial y tiene el 16% de las reservas probadas. Esto le da una posición preeminente en el mercado energético global y en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Mientras la economía global siga dependiendo de las energías fósiles, lo que haga o deje de hacer Arabia Saudí continuará condicionando el rumbo económico global.
El segundo pilar es el religioso, ya que los dirigentes saudíes se otorgaron el título de custodios de los lugares santos del islam y tienen la prerrogativa de regular el flujo de peregrinos a La Meca; asunto no menor para los 1.800 millones de musulmanes del mundo y que los saudíes utilizan a menudo para presionar a otros gobiernos. Además, los saudíes no solo exportan petróleo, sino que con los recursos que de él obtienen han costeado la expansión del wahabismo, una rama ultraconservadora del islam.
El tercer pilar es el diplomático y, concretamente, la relación construida con Estados Unidos desde que se descubrieron los primeros yacimientos de petróleo en 1938. Pero, sobre todo, desde la famosa…