Las revoluciones árabes han agitado la tensión entre chiíes y suníes. Bahréin y Siria son los escenarios más recientes de la rivalidad entre Irán y Arabia Saudí por asegurarse la influencia en Oriente Próximo. Mientras tanto, Turquía aumenta su popularidad en la región.
La imagen de los tanques saudíes atravesando el 14 de marzo el puente de 24 kilómetros que une la península arábiga con el archipiélago que conforma el reino de Bahréin alertó como pocas veces a las autoridades de la República Islámica de Irán. Era la prueba de que Arabia Saudí, bajo el manto del Consejo de Cooperación del Golfo, había decidido intervenir a pocos kilómetros de su territorio para ayudar a reprimir las protestas pacíficas lideradas por la mayoría chií, que cada día presentaba un mayor desafío para la monarquía suní de los Al Khalifa.
La reacción en Teherán fue inmediata. Enfilaron toda su artillería mediática para atacar a los saudíes, a quienes acusaron de estar “jugando con fuego”, mientras que decenas de estudiantes y religiosos organizaron múltiples marchas para protestar por el proceder de quienes consideran su enemigo en el mundo musulmán. Arabia Saudí y su concepción del islam son inaceptables para la mayoría de estos clérigos, jóvenes y viejos, que no pierden oportunidad para menospreciar el sunismo, al igual que lo hizo en su momento el fundador de la República Islámica, ayatolá Ruhollah Jomeini. Este tipo de acusaciones, pero desde el lado opuesto, también se han hecho históricamente desde la península arábiga, donde se considera “herejes” a los chiíes…