El grupo Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) al que durante mucho tiempo se daba por vencido o debilitado, vuelve al primer plano de la actualidad multiplicando la captura de rehenes occidentales y los atentados mortales contra blancos militares en los países del Sáhara y del Sahel.
Para contener esta plaga que amenaza su seguridad y su estabilidad, los países de la región, apoyados principalmente por Estados Unidos y Francia, intentan aunar sus esfuerzos con vistas a restablecer su control en una zona desértica del tamaño de media Europa, una inmensa tierra de nadie en el cruce del Magreb y el África subsahariana. No se puede decir que se hayan producido avances en este sentido. La principal razón de este fracaso: la falta de coordinación de las acciones llevadas a cabo por los diferentes protagonistas que, a veces, dan la impresión de seguir, cada uno de ellos, unas prioridades y una agenda diferentes, dictadas por consideraciones de política interna por lo que respecta a los países de la zona, y por cálculos geoestratégicos por lo que se refiere a las potencias occidentales, que intentan empujar a sus peones a una región dotada de importantes riquezas mineras (petróleo, gas, uranio…) y en la que nuevos actores internacionales, en este caso China, se están haciendo un hueco.
AQMI: estado de situación
En su último informe sobre la situación de la seguridad en el mundo, el departamento de Estado americano otorga un buen lugar a las regiones del Magreb y del Sahel. Y con razón. Si bien “el núcleo de Al Qaeda en Pakistán sigue constituyendo la principal amenaza terrorista para el territorio de EE UU” y para el resto del mundo, no es menos cierto que “la presencia de Al Qaeda en África representa [también] un desafío para numerosos países”,…