Una nueva estrategia y el refuerzo de 30.000 soldados de EE UU y unos 7.000 de la OTAN pretenden cambiar el rumbo de Afganistán de aquí a 2011. A la complejidad de la misión se unen la estrechez del margen temporal fijado y la impaciencia de gobiernos y ciudadanos.
El momento en el escenario afgano-pakistaní es crítico y los próximos 12 meses serán cruciales para el compromiso internacional en esa región. Al deterioro de la situación de seguridad se une el descrédito del reelegido presidente, Hamid Karzai, la corrupción generalizada y la incapacidad política y administrativa de su gobierno. Unas elecciones marcadas por el fraude a favor de Karzai han puesto también a la luz los límites de la influencia internacional, especialmente estadounidense, sobre el gobierno que estamos llamados a defender. A la imperiosa necesidad de parar el avance insurgente se une la de hacer posible la «afganización»de la seguridad para permitir una estrategia de salida de las tropas occidentales. Quizá no nos gusten los gobernantes de Kabul, pero la alternativa talibán y sus consecuencias regionales y globales son sobrecogedoras.
En palabras del general Stanley McCrystal en su informe al presidente Barack Obama: «La situación es grave. La misión es realizable pero el éxito exige un enfoque básico nuevo que esté dotado de medios suficientes y apoyado por una unidad de esfuerzo mayor».
El giro estratégico norteamericano con un nuevo caudal de recursos, 30.000 soldados adicionales y un cambio de tácticas impondrá a los demás socios de la ISAF (la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad de la OTAN) una respuesta similar o, al menos, una que se acomode y no contradiga la voluntad de Obama de corregir los errores de la administración de George W. Bush y las deficiencias de los años anteriores. Los aliados de la OTAN…