Tras muchos años de relativo olvido parece que la cuestión de la ampliación de la Unión Europea está de moda. Como señala Pablo Rodríguez Suanzes, corresponsal de El Mundo en Bruselas, con el impulso dado al proceso tras la invasión de Ucrania, la ampliación ha pasado “de ser algo impensable a ser algo imparable”. De ser tabú a ser certeza.

En los últimos meses se suceden los artículos, informes y discursos sobre la ampliación: se retrata como algo casi inevitable e inminente, se establece una vinculación entre ampliación y reformas internas en la UE, y se aguardan con impaciencia las decisiones que los Estados miembros puedan tomar en el futuro.

Sin embargo, en el seguimiento en España de los actuales debates sobre ampliación, parece que se dejan de lado dos cuestiones: por un lado, la comprensión de la enorme complejidad del proceso y, por otro, la necesidad de que hablemos sobre las consecuencias para nuestro país, para así intentar minimizar los potenciales aspectos negativos. En resumen, que ante la futura ampliación de la UE trabajemos para conciliar el interés europeo con el interés nacional.

Complejidad de la ampliación

La ampliación de la UE no es una novedad. Europa lleva muchos años ampliándose. La UE pasó de los seis países fundadores de la Comunidad Económica Europea en 1957 a 28 en 2013, el año de la última de las siete ampliaciones producidas: 1973 (Dinamarca, Irlanda, Reino Unido); 1981 (Grecia); 1986 (España, Portugal); 1995 (Austria, Finlandia, Suecia); 2004 (Chipre, Chequia, Estonia, Letonia, Lituania, Malta, Eslovenia, Hungría, Eslovaquia, Polonia); 2007 (Rumania, Bulgaria); y 2013 (Croacia).

La ampliación está en el ADN de la UE, como demuestra el preámbulo del Tratado de la Unión Europea, que afirma la voluntad de “continuar el proceso de creación de una unión cada vez más estrecha entre…