La política de ampliación se ha convertido en el instrumento central de la política exterior de la Unión Europea, lo que desvirtúa su razón de ser original –de naturaleza constitucional– y genera un desequilibrio creciente entre los Estados miembros. Las decisiones del Consejo Europeo, por razones geopolíticas, de reconocer en junio de 2022 la perspectiva europea a Georgia, Moldavia y Ucrania, y el estatuto de candidatos a estos dos últimos países, plantean nuevos desafíos al conjunto de la Unión y relegan a aquellos Estados miembros que no disponen de instrumentos equivalentes para estabilizar su vecindad y aprovechar la expansión del mercado interior. España puede quedar progresivamente marginada si la Unión Europea no aborda a tiempo una reflexión en profundidad sobre los medios y los fines de su proyección regional.
El proceso de integración europea tras la Segunda Guerra Mundial surgió para resolver dos problemas fundamentales: encontrar el encaje de Alemania en Europa y superar los límites del Estado nacional en la gestión de la interdependencia económica. Es decir, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) y la Comunidad Económica Europea (CEE) se construyeron sobre dos razones complementarias: una razón política y otra económica. Ambas evolucionaron siguiendo los acontecimientos históricos y los cambios estructurales de la economía global. Ninguno más destacado que el colapso del imperio soviético y la consecuente reunificación de Alemania y del continente.
La razón política puso en marcha un proceso de ampliación sin precedentes por el número y el nivel de desarrollo de los candidatos. El objetivo compartido por los miembros del Consejo Europeo fue consolidar sin demora un espacio homogéneo y compatible con la integración en la UE.
La razón económica favoreció una integración exprés en el mercado interior de los nuevos miembros, redistribuyendo los recursos presupuestarios y dotando a las economías vecinas de un…