Los ciclos políticos se alimentan con los de la economía, el generacional y aquellos derivados estrictamente de la práctica política en función de la dinámica electoral. Esta, a su vez, se nutre de los cambios registrados en las demandas sociales y en el agotamiento que sufre la oferta ideológico-programática. Como resorte formal se encuentra el propio calendario electoral, que pauta tiempos, así como la mecánica administrativa que condiciona los procedimientos.
Los países de América Latina –me referiré a casos nacionales e individuales en vez de al conjunto de la región, ya que existen enormes diferencias que exigen matizar toda generalización– se encuentran en un escenario de configuración de un nuevo ciclo político. Este ensayo se articula sobre tres ejes argumentales: la evidencia que permite hablar de nuevo ciclo; la permanencia de elementos clásicos en la política de la región, que parecían periclitados pero se resisten a desaparecer; y finalmente, la fatiga democrática generalizada.
Se ha producido una alternancia en nueve de los 15 procesos electorales presidenciales celebrados desde 2015 hasta la fecha. De los seis países donde ha habido continuidad, en cuatro los resultados electorales han sido cuestionados por la oposición o por organismos internacionales de observación electoral: Honduras, Nicaragua, Paraguay y Venezuela. Solo en Costa Rica y República Dominicana los partidos gobernantes revalidaron la presidencia, siendo reelegido el presidente en este último país. La evidencia, por consiguiente, avala la idea de una amplia alternancia en la región, sinónimo del cambio político.
Ahora bien, hay un elemento que debe considerarse de manera complementaria. Se refiere a si se ha tratado o no de una alternancia drástica, con cambios profundos en la orientación de las políticas públicas, las relaciones internacionales y en la introducción de un nuevo estilo de gobierno al que no es ajeno la posición ideológica del jefe del…