Mal acostumbrados a que sean los medios de comunicación los que determinen si algo existe o no, en la opinión pública de la Unión Europea se había ido instalando la idea equivocada de que el terrorismo había desaparecido de nuestras vidas. Por un lado, los últimos atentados, de cierta magnitud, se remontaban a agosto de 2017 (Barcelona y Cambrils) y, en términos comparativos, el continente europeo (aun incluido Turquía) figura año tras año como el menos afectado por esta amenaza. Esa idea se reforzaba con la suposición de que Al Qaeda seguía sumida en sus horas más bajas y de que el desmantelamiento, en marzo de 2019, del seudocalifato proclamado por Dáesh y la eliminación de su líder, Abubaker al Bagdadi, suponían el fin del problema.
Por eso la sucesión de atentados registrados en apenas unas semanas en el cantón suizo de Vaud con una persona muerta el 12 de septiembre; París, tanto el perpetrado en la antigua sede de la revista satírica Charlie Hebdo, el 25 de septiembre, como el asesinato del profesor Samuel Paty, el 16 de octubre; Niza, con tres personas muertas el 29 de octubre; y el último el 2 de noviembre en Viena, con…