Lejos de ser una improvisación más o menos llamativa, la idea de Donald Trump de animar a Rusia a atacar a aquellos miembros europeos de la Alianza Atlántica que no estén cumpliendo con el compromiso adquirido en 2014, en la Cumbre de la OTAN celebrada en Gales, de dedicar al menos el 2% de su PIB a la defensa, va mucho más allá.
Por un lado, vuelve a dejar claro que la OTAN no es una prioridad en su esquema de seguridad. O, lo que es lo mismo, que la seguridad europea ha pasado a segundo plano ante el desafío que Pekín plantea a Washington por la hegemonía planetaria. En consecuencia, sigue alimentando un pensamiento que ya expresó mediante desplantes y desprecios hacia sus aliados europeos durante su primer paso por la Casa Blanca, demandándoles un esfuerzo suplementario, bajo la amenaza de dejarlos desamparados frente a cualquier amenaza. Por otro, pretende también mostrar una afinidad con Vladimir Putin, de la que ya hizo gala en su primera presidencia, lo que basta por sí solo para aumentar la inquietud tanto en Kiev como en el conjunto de las capitales de los 29 miembros europeos de la Alianza.
Es un hecho que actualmente tan solo once de los 31 miembros de la OTAN cumplen con el sacralizado objetivo del 2%; pero, como tantas veces se ha señalado, reducir el esfuerzo defensivo a esa única variable es desvirtuar el significado del vínculo trasatlántico y no tomar en consideración que ya son mayoría los que, sobre todo desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, están aumentando significativamente su dedicación a ese capítulo. De hecho, la OTAN, bajo el impacto provocado por dicha invasión, ha vuelto a situarse en el centro de la escena en el marco de la seguridad europea, con…