La construcción no goza de una opinión pública favorable en España. El alto precio de la vivienda y los frecuentes episodios de corrupción urbanística oscurecen el efecto dinamizador que el sector inmobiliario y las infraestructuras vienen ejerciendo sobre el desarrollo económico.
A veces se olvida, por ejemplo, que uno de los motores de la economía de Estados Unidos, tan o más poderoso que las tecnologías de la información y de las comunicaciones, ha sido precisamente la construcción de viviendas y su continua revalorización. El patrimonio inmobiliario de los propietarios se estima en 2,5 billones (trillions anglosajones) de euros. Una gigantesca suma de dinero comparada con el incremento de la factura, 120.000 millones de dólares, de las gasolinas con las que llenan el depósito. Ese enriquecimiento inmobiliario ha provocado un “efecto riqueza”, que explica el creciente consumo de los hogares americanos.
El número de viviendas construidas en Estados Unidos a finales del pasado siglo pasó de cuatro a seis millones al año. El boom tenía unas causas concretas: aumento en el número de hogares a un ritmo anual de ocho millones; facilidades financieras novedosas en la instrumentación de las hipotecas; un crecimiento de las rentas familiares superior al 3% y, finalmente, revalorización de sus viviendas por encima de cualquier otro activo. Por eso no ha tenido nada de particular que del total de viviendas los propietarios hayan pasado, en muy pocos años, de ser el 64% al 69% del parque total construido.
El boom inmobiliario español, bautizado y rebautizado como burbuja, más que una bendición es temido como una amenaza y criticado, a veces por buenas razones, tanto por los ecologistas como por los ciudadanos de a pie. Los partidos políticos lo toleran y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en su reciente informe sobre…