Han corrido ríos de tinta sobre la reunión entre Helmut Kohl y Mijaíl Gorbachov en el Cáucaso en julio de 1990. Lo mismo se puede decir de la evaluación del resultado final de las reuniones “2+4”, que hace pocas semanas hizo posible en el Sóviet Supremo de la Unión Soviética la ratificación de los tratados para la obtención de una soberanía total de Alemania.
Pero pensar que ahora Alemania es uno más en la política internacional, que está a punto de alcanzar un status político semejante al status económico que ostenta desde hace tiempo, es hacer gala de un optimismo excesivo; no debemos hacernos demasiadas ilusiones. Para empezar, la guerra del Golfo ha demostrado que Alemania sigue siendo incapaz de obrar por su propia cuenta. Pero esta incapacidad no tiene nada que ver con el pobre papel que ha desempeñado España tanto durante la crisis como una vez comenzada la intervención armada. Hay que cavar más hondo para conocer los motivos que propiciaron la actitud alemana. Hasta la fecha, los alemanes sufren por el trauma que supuso su reciente historia. Hago mención de este punto porque las relaciones actuales entre Alemania y la Unión Soviética están muy influenciadas por estas experiencias. En Alemania, la clase política que está en el poder relaciona sus experiencias individuales y sus recuerdos colectivos con la campaña militar en Rusia, que comenzó hace casi cincuenta años. Y en este contexto, voy a mencionar otra fecha simbólica: en el año 1994, cuándo, como todos esperamos, los últimos soldados soviéticos se hayan retirado de suelo alemán, casi se cumplirán cincuenta años de su llegada a tierras alemanas, tras una lucha extremadamente cruenta que costó al país –si incluimos su población civil– unos 20 millones de vidas humanas. El año pasado, el ex-ministro de Asuntos Exteriores Edvard Shevardnadze…