¿Está Bonn a punto de abandonar la estabilidad de Occidente, seducido por la promesa de la reunificación, tentado a buscar una vinculación especial con Rusia, en la búsqueda de un nirvana de neutralidad? Estas preguntas han aflorado recientemente incluso en los editoriales de algunas de las publicaciones más serias. Sin embargo, carecen de una base real. Los alemanes saben a dónde pertenecen, y no van a retirar su apoyo a la estabilidad de Occidente. Cuando lleguen a plantearse tales posibilidades, sus nuevas asociaciones, sus nuevas lealtades y sus nuevos sueños siempre demostrarán poseer mayor fuerza que sus recuerdos históricos y sus lánguidas esperanzas de unidad.
Los alemanes saben cuánto les deben a los norteamericanos. Deben a los Estados Unidos su recuperación tras la guerra y buena parte de su actual prosperidad. El generoso plan de reconstrucción del general Marshall les permitió superar los estragos causados por la II Guerra Mundial y reconstruir su maltrecha economía. Jamás hubo en la Historia un programa de caridad más espléndido, tanto más notorio por incluir en su generosidad a los derrotados alemanes. Este gesto no ha sido olvidado. Y los bien informados sobre estas cuestiones tampoco han olvidado que las estructuras básicas de la economía mundial de los años de la posguerra deben su creación a la perspicacia política americana: así, el sistema Bretton Woods, el GATT, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Al igual que los demás europeos occidentales, deben a los americanos el que al ir superándose las miserias de la guerra tuvieran la oportunidad de construir los cimientos del edificio europeo, que sigue todavía en vías de completarse. Unos estadistas americanos menos magnánimos hubieran dejado que el Viejo Mundo se hundiese y se fragmentase, pero la generación de políticos de Washington posteriores a la guerra consideró esencial la restauración…