Con el fin de la guerra fría, que en muchos aspectos significó el verdadero final de la Segunda Guerra mundial para los países del este de Europa, Alemania vuelve a ocupar una posición central en la región centroeuropea. Desde el punto de vista económico, la República Federal se convirtió rápidamente en uno de los mayores socios de Praga, Varsovia y Budapest, tanto en comercio exterior como en inversión directa y ayuda. Pero, además, políticamente, ha sido Alemania el más firme defensor de la vuelta a Europa de los países de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia) y su aliado estratégico en su proceso de incorporación a la Unión Europea. La posición alemana ha sido también decisiva en la redefinición de la política de seguridad de estos países y su orientación atlántica. Sin embargo, aunque Alemania es su principal aliado económico y político, la relación de polacos, checos, eslovacos y húngaros con su vecino está llena de paradojas, muchas de las cuales sólo pueden explicarse históricamente. Como dijo el presidente checo Vaclav Havel en un discurso en la Universidad de Praga el 17 de febrero de 1995, “Alemania ha sido nuestra constante fuente de inspiración, pero también nuestro sufrimiento”.
En Bohemia, la influencia de la cultura, la lengua y la historia alemanas han sido decisivas. De la misma manera que en Hungría, la identidad nacional checa sólo puede comprenderse frente al espejo de sus relaciones con Alemania. Aunque la presencia de la cultura alemana ha sido menos expresa en Polonia, la influencia legal de la tradición germánica y la relevancia económica de la emigración a las principales ciudades polacas durante siglos constituyen factores sociológicos de vital importancia.
La experiencia histórica de una intensa relación con Alemania ha sido para los Países de Europa Central y Oriental (Pecos) siempre ambivalente. Así,…